jueves, 16 de enero de 2014

Bienvenido, nuevo papá


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Estoy muy contenta. Él es para mí como un hermano. Soy solo unos cuantos años mayor que él pero sin duda, su espíritu es mucho más grande que el mío. Podría decirse que crecimos juntos. Él me tiró los dos primeros dientes con un atinado rocazo cuando jugábamos en el patio de su casa y en lugar de llorar me reí mucho. Hicimos juntos las mejores travesuras, subirse a los arboles como deporte favorito, hacer negocios de niños, esperar juntos a los reyes magos y muchas ñoñadas más, sí señor. Cosas divertidas, arriesgadas, chuscas, aburridas. La primera vez que bebí y los primeros conciertos y ver pelis de terror a media noche y platicar durante horas de cosas que no podría hablar con nadie más. Una vez, dejamos de hablarnos durante mucho tiempo hasta que olvidamos el motivo y luego coincidimos en que seguro había sido una tontería. Muchos años después le agradezco haber tomado de la mano a La Guerrera cuando su papá se alejó. Jamás seré un sustituto, me dijo, pero voy a estar con ella y así lo ha hecho. Se lo agradezco mucho y espero que lo sepa.

Cuando nació, salí del kínder y todo lo que quería era conocerlo. ¡Qué impacto! Fue el primer recién nacido que conocí y me parecía increíble que pudiera tener vida siendo tan pequeñito. ¡Qué impaciencia sentía para que abriera los ojos! Todo lo que hacia esa bolita de carne era dormir y más tarde, cuando ya caminaba se negaba a hablar. De todos modos no quería perdérmelo nunca. Así, en mi corazón, adopté a este primo mío como un hermano.

Acaba de nacer su hijo y experimento más o menos la misma sensación que entonces.

Casi no dormimos —me dice—, pero no importa, mientras más lo veo, más me enamoro de la vida.

Y estoy muy contenta. ¿Qué más necesita una persona para ser feliz, que estar enamorado de la vida, que sentir que la propia vida cobra un nuevo sentido y que se es capaz de darla por la de alguien más? Y eso deseo para él, siempre, que sea feliz porque su corazón es sencillo y no ambiciona sino eso. Merecía trascender dando vida. Sé que comprende que esto significa una tremenda tarea. Sé que lo hará muy bien y yo no quiero pérdermelo en esa faceta ni por un momento, como ha sido desde que lo conozco.  Felicidades, hermano.
 

lunes, 28 de octubre de 2013

Árbol bailarín





La Guerrera tiene una teoría. Dice que cuando la gente muere se convierte en árbol o en un espíritu dentro de un árbol, “así como las ardillas”, me explica. ¿Qué árbol serías tú, má?

A mí me gustaría ser una jacaranda. Son mis árboles favoritos, tan altas y fuertes y regaladoras de sombra, y siempre cambiando, cumpliendo sus ciclos, de verde vivo a alegre morado, de un estar llenas de flores a épocas de aparente melancolía otoñosa. Ella, en cambio dice que de seguro le tocaría ser un eucalipto porque son árboles “suaves”. ¿Cómo es eso?, le pregunto, dice que se mueven mucho si hace viento pero no se rompen, sino que “bailan” y son los más altos que ha visto y podría tener koalas. Creo que ella siempre ha intuido que somos tan distintas. Me alegra mucho que sea un árbol bailarín.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Hasta el último dodo



“Tienen un semblante melancólico, como si fueran sensibles a la injusticia de la naturaleza al modelar un cuerpo tan macizo destinado a ser dirigido por alas complementarias ciertamente incapaces de levantarlo del suelo”. Sir Thomas Herbert

Los niños de hoy, al menos los que yo conozco, no son ajenos a la vorágine social de este momento. Es que quizá es cada vez menos socorrido el “son cosas de adultos, vete a jugar”. Ella ha escuchado cuando a su alrededor los grandes nos preguntamos ¿hasta cuándo?, ¿qué tiene que pasar o qué podemos hacer para que las cosas cambien? Anoche nos comíamos un helado bajo la lluvia, mirábamos el trafico y a la gente enojada en sus autos. Hablábamos de ese México enojado que se ve estos días.

- Ma, los mexicanos no son tontos, pero son como los dodos.

Alguna vez le conté a la Guerrera que los dodos se habían extinguido por su propia naturaleza. ¿Cómo fue y que tiene que ver esta especie del lejano Océano Índico con los mexicanos? Pues está documentado que aquellas aves eran grandes y exóticas aunque no muy agraciadas. Los estudiosos aún no se ponen de acuerdo en si eran gordos o atléticos aunque es cierto que se hicieron de fama de glotones porque aceptaban con agrado la sobrealimentación que los humanos les prodigaban para engordarlos y poderlos comer. Para colmo tenían alas, pero no sabían volar.

Los hombres que llegaron allá por mil seiscientos y tantos a las islas Mauricio, donde habitaba esta especie de paloma gigante la conocieron y la asesinaban sin piedad y con mucha facilidad principalmente debido a que no oponían resistencia. Cuentan que se quedaban mirando con sus pequeños ojos a los humanos y se acercaban a ellos sin mostrar miedo ya que eran curiosos y además, nunca antes habían tenido contacto con un depredador, de manera que al verlos acercarse con palos para golpearlos, esperaban quietos, pacientes y benignos la hora de su muerte.

No, no eran aves tontas, solo eran inocentes e ignorantes de lo que su nuevo vecino, el hombre, era capaz de hacer. Por ejemplo, destruir su hábitat, introducir especies que comían sus huevos, matarlos para aprovechar sus plumas o por deporte como cuentan algunos historiadores que ocurrió. Se sabe que su carne no era muy apreciada, pero existen testimonios de matanzas de dodos que se llevaban a cabo para abastecer barcos de expedición en poco tiempo y con facilidad. No luchaban para defenderse porque no fueron dotados por la naturaleza de ningún mecanismo de defensa: no garras, no picos afilados, no pesuñas, no colmillos. Solo cuerpos grandes y traseros gordos que alimentaron a los colonizadores, por algún tiempo, solo hasta que no quedó ninguno. Tal vez, Guerrera, tal vez.


jueves, 22 de agosto de 2013

Ciao, pequeña




Comemos juntas como cada día (qué bendición), pero hoy quisiste una hamburguesa. Te dije que sí, que tenemos permiso por ser 20 de agosto, es decir, porque sí. La que quieras, te dije. Te observé batir con aderezos tus mejillas y tus manos que aún son pequeñas. Y reí y te limpié con cuidado para que no le estorbara la mayonesa al sabor de la cátsup. Me dijiste que ya debería estar regañándote. Acostumbrada como estás a mis pretensiones de enseñarte siempre las maneras correctas, pero no lo hice. No, porque podrían ser los últimos días de esa inocencia genuina, así sin falso pudor; porque presiento que “lo que sigue” ya está a la vuelta de la esquina; porque ya me creciste más arriba del hombro y hasta me ayudas a cambiar un foco que yo no alcanzo, porque ha sido muy rápido todo y no me di cuenta de que dejaron de gustarte los colores pastel, porque ya comienzo a extrañar a la pequeña que vive sin simulacros de adulta, la que enloquece con burbujas de jabón. Supongo que la niña se va un poco cada día y pienso atesorar cada uno de sus destellos mientras me dejo asombrar ante la jovencita que ya se asoma tras las últimas ventanitas de tu sonrisa de diez años.

lunes, 19 de agosto de 2013

Ser o parecer


Tuve una de esas conversaciones que me hacen botar el switch y ponerme a escribir. Hablábamos de las personalidades reales (esos roles que adoptamos en nuestros entornos inmediatos) y las personalidades virtuales (esas que vivimos, pues en entornos virtuales, llámense redes sociales, amistades a distancia, mails, blogs, etcétera). A veces me pasa que me pregunto, ¿quiénes somos en realidad?, ¿somos esos que escribimos?, ¿o estos que vivimos? Con frecuencia, la personalidad en redes y la que uno conoce en vivo no congenian, las desconozco, me asustan y ya está, se abren grietas. Pero no quiero escribir hoy de redes sociales ni de personalidades virtuales o grietas en las relaciones, sino de esa conversación y las revelaciones personales a las que me abrió. 

Ella me dijo que es posible que existan personas “duales” que son de una manera aquí y de otra allá. Reconozco que prefiero a las personas que no son duales, no es que sean mejores o peores, eso no lo sé, es porque me asustan menos, se que esconden menos intenciones y me siento más segura con ellas cuando se trata de entregar confianza, ceder parte de mi espacio, abrirme al afecto. Y este ha venido siendo el tema en estos últimos meses. 

También recordé como una revelación, que de niña era muy abierta en casa, muy pinga, muy parlanchina y en la escuela las maestras se preocupaban ante mi perturbadora seriedad. Me alegro de que nadie haya sugerido que era autista o que tenía algún problema de adaptación. Es posible que esto sea frecuente en niños pequeños que encuentran difícil estar entre extraños, sin embargo al terminar la adolescencia aún me costaba trabajo ser o aparecer como la misma persona en diferentes ambientes. 

Esta sensación de tener distintas personalidades me conflictuó tanto que me llevó a un primer, aunque breve episodio depresivo, que no fue atendido que pasó casi inadvertido pero que recuerdo. A eso se debe que muchos de mis esfuerzos se enfoquen en ser más que en parecer. Fuí una persona dual y no me gustaba, de manera que me asusta convivir con personas duales.

Ha sido hasta esta mañana cuando platiqué con ella, que lo noté: creo que voy logrando ser la misma esté donde esté. Desde luego hay más apertura si estoy en confianza, como a todo mundo le pasa, pero ya no soy irreconocible en un círculo de personas o en otro, me observo desde fuera y soy la misma todo el tiempo, ya no hay síndrome de camaleón, no máscaras, no conflicto de dualidad. Es posible que me equivoque, es posible que quienes me conocen puedan percibir lo contrario, pero eso es lo de menos, yo me siento así y esto me alegra, me alegra poder mirarme hoy y en retrospectiva e identificar esa evolución. Para mí lo es porque aspiro a ser y no solo parecer, a conocerme a mí misma. Acaso solo alucino, si el día de mañana leo esto y me parece un sinsentido, pues lo borramos y ya está, pero hoy, ¡bienvenida al cambio!

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