lunes, 23 de septiembre de 2013

Hasta el último dodo



“Tienen un semblante melancólico, como si fueran sensibles a la injusticia de la naturaleza al modelar un cuerpo tan macizo destinado a ser dirigido por alas complementarias ciertamente incapaces de levantarlo del suelo”. Sir Thomas Herbert

Los niños de hoy, al menos los que yo conozco, no son ajenos a la vorágine social de este momento. Es que quizá es cada vez menos socorrido el “son cosas de adultos, vete a jugar”. Ella ha escuchado cuando a su alrededor los grandes nos preguntamos ¿hasta cuándo?, ¿qué tiene que pasar o qué podemos hacer para que las cosas cambien? Anoche nos comíamos un helado bajo la lluvia, mirábamos el trafico y a la gente enojada en sus autos. Hablábamos de ese México enojado que se ve estos días.

- Ma, los mexicanos no son tontos, pero son como los dodos.

Alguna vez le conté a la Guerrera que los dodos se habían extinguido por su propia naturaleza. ¿Cómo fue y que tiene que ver esta especie del lejano Océano Índico con los mexicanos? Pues está documentado que aquellas aves eran grandes y exóticas aunque no muy agraciadas. Los estudiosos aún no se ponen de acuerdo en si eran gordos o atléticos aunque es cierto que se hicieron de fama de glotones porque aceptaban con agrado la sobrealimentación que los humanos les prodigaban para engordarlos y poderlos comer. Para colmo tenían alas, pero no sabían volar.

Los hombres que llegaron allá por mil seiscientos y tantos a las islas Mauricio, donde habitaba esta especie de paloma gigante la conocieron y la asesinaban sin piedad y con mucha facilidad principalmente debido a que no oponían resistencia. Cuentan que se quedaban mirando con sus pequeños ojos a los humanos y se acercaban a ellos sin mostrar miedo ya que eran curiosos y además, nunca antes habían tenido contacto con un depredador, de manera que al verlos acercarse con palos para golpearlos, esperaban quietos, pacientes y benignos la hora de su muerte.

No, no eran aves tontas, solo eran inocentes e ignorantes de lo que su nuevo vecino, el hombre, era capaz de hacer. Por ejemplo, destruir su hábitat, introducir especies que comían sus huevos, matarlos para aprovechar sus plumas o por deporte como cuentan algunos historiadores que ocurrió. Se sabe que su carne no era muy apreciada, pero existen testimonios de matanzas de dodos que se llevaban a cabo para abastecer barcos de expedición en poco tiempo y con facilidad. No luchaban para defenderse porque no fueron dotados por la naturaleza de ningún mecanismo de defensa: no garras, no picos afilados, no pesuñas, no colmillos. Solo cuerpos grandes y traseros gordos que alimentaron a los colonizadores, por algún tiempo, solo hasta que no quedó ninguno. Tal vez, Guerrera, tal vez.


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