jueves, 22 de agosto de 2013

Ciao, pequeña




Comemos juntas como cada día (qué bendición), pero hoy quisiste una hamburguesa. Te dije que sí, que tenemos permiso por ser 20 de agosto, es decir, porque sí. La que quieras, te dije. Te observé batir con aderezos tus mejillas y tus manos que aún son pequeñas. Y reí y te limpié con cuidado para que no le estorbara la mayonesa al sabor de la cátsup. Me dijiste que ya debería estar regañándote. Acostumbrada como estás a mis pretensiones de enseñarte siempre las maneras correctas, pero no lo hice. No, porque podrían ser los últimos días de esa inocencia genuina, así sin falso pudor; porque presiento que “lo que sigue” ya está a la vuelta de la esquina; porque ya me creciste más arriba del hombro y hasta me ayudas a cambiar un foco que yo no alcanzo, porque ha sido muy rápido todo y no me di cuenta de que dejaron de gustarte los colores pastel, porque ya comienzo a extrañar a la pequeña que vive sin simulacros de adulta, la que enloquece con burbujas de jabón. Supongo que la niña se va un poco cada día y pienso atesorar cada uno de sus destellos mientras me dejo asombrar ante la jovencita que ya se asoma tras las últimas ventanitas de tu sonrisa de diez años.

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