martes, 28 de agosto de 2012

Raíz



Casi no se lo digo a nadie pero, secretamente ando buscando, disimuladamente un día entro en un directorio y tecleo su nombre, a veces en esta o aquella red social o si estoy en casa de mi madre, hurgo su agenda vieja, tal vez no borró su número o su nombre aunque sea. Ya de por si me llama la atención que la conserve y me invento historias al respecto. 

Él no sabe que yo hago estas cosas, él me envió una tarjeta cuando cumplí 11 años y después no supe más. Me quedé con la historia contada por mi madre con tantos parches y remiendos que me parecía siempre ajena; una historia tan manoseada al derecho y al revés por mis tías, tan murmurada por mi abuela como leyenda de otros tiempos que me acostumbré a sentir que no era mi historia.
Lo que yo tengo es solo una escena en la que él me carga y parece tan alto o yo tan pequeña; él usaba lentes y tenía barba y la voz joven y camisa a cuadros de color azul. El recuerdo se difumina como fotografía vieja pero escucho en mi voz la palabra “papá”. Como esa, hay cosas irrelevantes que de pronto son las únicas que conservo del único padre que tuve. En esa fotografía vieja le digo que estoy cansada y él me levanta en sus brazos y debo decirlo, me gusta su sonrisa.

A ella le he preguntado y me ha dicho que mi recuerdo me engaña que no era tan alto, que no era tan guapo, que sí, que era joven pero, demasiado joven para ser un padre y que en realidad no debía llamarle así. Ese fue, el ultimo remiendo de la historia: que todos nos equivocamos, ella, él y hasta yo. Ahora busco de vez en cuando y hoy encontré una dirección y un número telefónico.

Si un día me animo y marco se número, puede no ser él, puede ser y no querer hablar conmigo, puede no tener nada que ver con lo que busco o puede que sí sea y si lo encaro me diga algo que nunca me habría gustado escuchar. No lo sé, lo que secretamente estoy buscando es esa otra parte de la historia, el revés, la que ella nunca va a contarme, la que él sabe, la que yo no puedo recordar, la que también es mía.

Otra vez yo, buscando raíces, algo a lo que pueda asirme.

… y es mi miedo el de esa lagartija a desprenderse de su cola




Tres de la mañana, otra vez. Y a las cuatro, las cuatro treinta, y así hasta que son las seis treinta y me levanto. Despierto inquieta, tengo sueños extraños porque extraño, es por eso seguramente. Arriba, me digo que es hora de comenzar nuevamente y voy a tientas por una habitación que aún desconozco. Que por ahora me contiene pero no me pertenece o yo no pertenezco a ella, da igual. 

Que es cuestión de adaptarse me dicen unos, ¿qué sentido tiene acostumbrarse a algo? Me pregunto yo ahora. Más adelante habrá que desprenderse de todo. De personas, de lugares, de amores, de un cuerpo. Es que estamos de paso por todas partes. Condenados a ser errantes. No afirmo que esto sea malo, tampoco bueno, solo es una realidad que me pone melancólica y me da un revés porque crecí intentando pertenecer a una familia, a un lugar, tener raices.

Justo ahora no se bien a bien si es este cambio como lo esperaba. Me encuentro invadida por emociones que me parecen como recuerdos de una vida pasada. Me siento alentada por el viento que va empujando mi barco y sin embargo, al mismo tiempo, me invade la nostalgia, el desconcierto, el dolor de la metamorfosis.

Es aquí cuando parafraseo lo que “Ulises dice”: que no hay mayor placer que crecer y ver crecer. Yo digo que el dolor es parte del crecimiento, (el dolor, no el sufrimiento). No debería, uno imagina que crecer, fluir, avanzar o como quiera decirse, es un camino reconfortante. La verdad es que si se pone atención, la oruga debe desgarrarse y cambiar de piel cuatro o cinco veces antes de ser mariposa. Se sabe que este animalito posee un pequeño sistema nervioso que se transforma de manera dramática mientras adquiere su forma de ser alado y colorido y se sabe también que fisiológicamente es consciente a traves de dolor, de que está transformándose. 

Se ha probado también que una vez convertida en mariposa, conserva recuerdos de su vida larvaria. Imagino que sabe que el cambio debe suceder, que no hay opción a detener ese proceso, aunque duela.

Es una pena que yo no sea una oruga y tenga tantas ganas de paliar el dolor que me provoca ahora esta metamorfosis.

Esto también pasará.

miércoles, 15 de agosto de 2012

La mudanza y los naipes




() Entonces, Alicia dijo: «¡Qué estupideces!» Y la Reina dijo: «¡Que le corten la cabeza!» (Que es lo mismo que decía siempre que se enfadaba.)

Y Alicia dijo: «¿Quién os va a tomar en serio? ¡No sois más que los naipes de una baraja!»

Con lo cual todos se enfadaron muchísimo y saltaron por los aires, y cayeron sobre Alicia igual que un chaparrón.

Creo que lo que pasó a continuación no te lo imaginarías jamás. Y fue que Alicia se despertó, y terminó su extraño sueño. Y descubrió que los naipes no eran más que unas hojas del árbol que el viento había hecho caer sobre su cara.

¿Verdad que sería precioso tener un sueño extraño, igual que Alicia?

El mejor plan es éste. Primero, te tumbas a la sombra de un árbol y esperas a que pase corriendo un Conejo Blanco, con un reloj en la mano: después, cierras los ojos, y piensas que eres la encantadora Alicia. Adiós, querida Alicia, adiós.


Así es como recuerdo que termina el cuento de Alicia que me leían cuando era niña. Es posible que halla estado tumbada por largo tiempo bajo mi árbol, protegida por la fresca sombra de sus ramas. Esperando a ver pasar al Conejo Blanco. Me prometí salir corriendo tras él, como Alicia, cuando pasara por aquí.

Fue cuando el árbol dejó de ser acogedor, que vi pasar al simpático conejo o eso me pareció. Mis piernas están un poco abotargadas por la espera, pero me lanzo al movimiento y es justo ahora cuando el remolino de Naipes hace de las suyas, intenta nublarme la vista y impedirme abandonar, moverme, desapegarme, llegar a la que he visualizado como siguiente parada.

"Es ahora", dijo Ulises; "No estás sola", dijo Raquel; "Eres la única que todavía cree que no puede", dijo mi madre. Aquella sucesión de palabras fue como el encuentro esperado entre dos neuronas adormiladas, como enchufar después de mucho tiempo, un aparato viejo. 

Pasó la corriente y fue posible la sinapsis. Desde entonces pretendo mudarme, falta poco, la voluntad y el coraje no me han abandonado, sin embargo una tras otra, distintas situaciones se me han presentado como para hacerme dar vuelta. Supongo que esta es la vida que había postergado. La lluvia de naipes ha sido curiosa y angustiosa y acusiosa (no estoy segura del significado de esa ultima palabra pero no importa porque rima).

Me he aferrado a la mano de La Guerrera y a esas palabras y todo lo demás ha seguido su curso, ha sido un agosto bastante distinto a los cinco anteriores durante los cuales me esforcé por mantener mi vida en santísima calma. He de dejar atrás cosas y presencias muy queridas para aventurarme a asirme de otras. 

La punta del iceberg es mi salud, el tiempo invertido en transportarme desde una delegación en el sur de la ciudad hasta un municipio en el norte y viceversa. Son los retardos en el trabajo, son las uasencias con Fatima, es el gasto estratosférico que representa montarme en varios medios de transporte al día. Pero en el fondo se trata de algo mucho más complejo: romper patrones, ganar mis propias batallas. 

Nadie supondría que sería tan difícil dar el primer paso pero también, nadie dijo que sería sencillo.

El reloj del Conejo Blanco no marca una hora, nunca es tarde, me dice, puedo llegar sin correr, un paso a la vez. Sabes a dónde quieres ir y estás haciendo que suceda, te estás moviendo, eso te da la certeza de que vas por la ruta correcta…y además no es un fin, cuando llegues ahí verás que es solo un medio, que será el comienzo.

Contra corriente



¡No puede ser diferente!, ¿solo porque tú lo dices?
¡Así es como ha sido siempre!
Así te educamos a ti, ¿porqué no la haces entrar al aro?
Para que fuera distinto tendrías que irte muy lejos
Nosotras tenemos acuerdos pero tú no has querido
Te tienes que aguantar porque estás entre nosotras, ¡porque te criamos!

Son estas las consignas que he acatado a voluntad (hasta ahora) a cambio de pertenecer. Eran el famoso ciclo sin fin (de Disney of course). Eran la moneda de cambio para ocupar un sitio que no me correspondía y abrazar expectativas que no me tocaba cumplir. Acogida y refugio seguros a precio de lealtad.

Puestas de manifiesto, así tan explícitamente, a “bocajarro”, me fueron reveladas tan pesadas como son.

Esta vez la Guerrera me empuja a revelarme. Es por mi y es porque no deseo que ella las asuma también, lo que no iba a suceder de cualquier modo porque ella es tan distinta. Es porque el asunto se tornaba cada vez más … más como una materia viscosa que obliga a luchar sin tregua y sin hallar paz.

Quiero hacer las cosas de distinta manera, atiné a decir. Esta vez, respiré muy hondo y solo lo dije, en voz muy alta, afirmándolo para mí y pidiéndoselos a ellas.

Ulises me escribe después, a media noche como un adivino, como el grillo zen que es:

AVECES SOLO PASAN LAS COSAS Y AVECES HAY QUE HACER QUE SUCEDAN.

Elemental mi querido Watson, elemental.  

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