martes, 27 de julio de 2010

Dos muletas


- Hola.
Silencio.

- Hola - volví a decir – soy Isabel.
No me respondieron. Muy valientes que se veían pero muy mustias. No dijeron nada. Cuando me las presentaron acepté sin pensarlo dos veces y me las traje a casa. Y así me pagaban. Estarían conmigo 28 días para empezar. Que curioso. Los mismos días que llevo esperando a que mi organismo responda y llegue el periodo. Esa es otra historia.

Bueno, qué se le iba a hacer, ya estaban aquí y yo no me rajo pero antes de tratar de intimar con ellas las dejé sobre el tocador, no, más arriba, junto al nicho de libros, casi donde no las viera.

Luego quise echarme para atrás: Carajo Isabel, no pudiste sola!, debería darte pena, necesitaste pastillas para levantarte, que poca cosita eres!..., me dije. Y ahí estuvieron dos días. Inmóviles las veía desde mi cama muy guardaditas en su cajita blanca.

Pero interpreté su silencio. Me dijeron cobarde. Se llaman paroxetina y son amarillas, chiquitas y redondas como cualquier chocho. Pero no son cualquier chocho. De acuerdo con mis síntomas y con el doctor, en algún momento mi cerebro se fracturó una patita y no puede regular solito sus niveles de serotonina. Hay que darle un empujoncito.

Así que como dijera el buen Jesús: al tercer día….no, nadie resucitó, me tomé la pastillita.

Noche 1:
¿Qué? (…….zzzzzzzzzzzz……….) ¿cuál cuento faty? (……….zzzzzzzzzzzz…………..) ¿cómo dices hija? Ah si, (……….zzzzzzzzzzzzzzz…………) se me cayó el libro (…………zzzzzzzzzzzzzzzzzz…………..) perdona, ¿en qué me quedé? …tengo mucho sueño zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

Noche 2:
Buenas noches hija. Las 11… …las 12…. ¿qué fue ese ruido? ….la 1…¿qué habrá en la radio?...repeticiones …la 1:30…¿y si me paro a lavar? ….las 2, ¿porquè no me duermo carajo? ….las 2:30 por fin, bostezo, quiero arañar la pared!! quiero dormir!! …las 3, zzzzzzzzzzz ¿ya amaneció?

Noche 3:
¿Las 5? ¿Porqué desperté? ¿porqué no estoy cansada? Yeah! Arriba!

Día 4:
Me reí mucho (¡En la madre! ¡Se me mueve todo!).

Día 5:
¡Ok, Faty jugaremos a lo que tu quieras! Ey vamos a planear tu fiesta de cumpleaños!!

Día 6:
- ¡Vaya que te ha mejorado el humor!

Día 7:
- ¡No te enojaste mami! - No hija, no es para tanto

Día 8
Cielos ya me llené y comí muy poco.

Y así…llevo 10 pastillitas. Apenas hoy busqué en Internet de que va la paroxetina. No quise hacerlo antes porque me conozco y se que me pongo loca, me predispongo pues y empiezo a alucinar con que todo lo que leo me pasa. Descubrí que hay un montón de efectos secundarios que a mi no me han dado. Por si las dudas no tomaré café pero hay una cosa, no deseo tomármelas como si fueran la píldora de la felicidad. El doc dijo que generalmente tardan en hacer efecto pero que tuve un progreso rápido y positivo. Dice que en cuanto haga mi perfil tiroideo y hormonal puedo tomar el tratamiento que la ginecóloga recomiende si ese fuera el caso, que será la combinación perfecta. Me abraza, me da un beso en la frente y dice que voy a estar bien y yo quiero creerle.

Por otro lado, les presento a Ulises, el psicoterapeuta, opina lo mismo, que progreso. Tiene una técnica rara, combina la terapia con acupuntura y dice que su trabajo es saber, el mío es descubrir, pero que soy una experta en mi vida así que debo fluir.

Mientras tanto, estos días han sido una cosa rara. Soy una Isabel de la que no me acordaba. Se que alguna vez fui así, igual pero un poquito más feliz. El terapeuta dice que no me acostumbre, que habrá momentos en los que me sienta de la fregada porque las pastillas hacen lo suyo pero que mis emociones negativas se harán lo suyo también y se van a poner cabroncitas (si, es un poco malhablado dispénsenlo).

Como dije, estoy como un poco lisiada. En rehabilitación, pero no es suficiente sentirme bien, quiero en verdad estar bien y mirar un día que todos mis nudos ya no me pesan, que mi alma ya no huele a rancio, que puedo correr sin las muletas, sin el doc que me trata como un padre y me da chochitos de colores para sonreir, sin el otro doc que me habla como un grillo conciensudo y me clava tachuelas en las orejas.

Estoy para lo que venga. Ya no quiero contarme cuentos, quiero que sean verdades que no debo explicarle a nadie. ¿Drogada? Tal vez, pero nadie me negaría la insulina si fuera diabética ¿o si? Pues venga la pastilla 11.

Voy por mí



Sí nos vamos a hacer cargo de ti, dijo y más que un consuelo fue una revelación. Aquellas palabras encerraban toda la intención del médico por agregarme a su expediente pero en ese momento se escucharon como la voz de un padre aceptándome. ¡Eso! Ya lo sabía pero no me lo decía, que yo andaba reclamando a ese padre que mi madre sigue ocultando en una historia enredosa. En ese momento fue el psiquiatra.

Por otro lado, que venía queriendo que alguién me dijera tal cosa. Y sin embargo, al escucharlo supe que no, que el psiquiatra y el psicoterapeuta harían sólo su trabajo y todo lo demás era mi responsabilidad, que nadie haría lo que sólo yo puedo hacer por mí: rescatarme.

Esa puerta estaba ahí hacía un tiempo, pero yo pasaba de largo, atendí solo la parte superficial del malestar y seguí caminando pero rengueaba y llegó ese momento en que ya estaba hasta la madre de mi pesada carga, sentí que ya no podía más y entré.

Es decir, ese día abrí los ojos, acepté que estaba noqueada, triste, culposa, enojada, reclamona y también muerta de miedo y que no podía sola. Así que me levanté temprano, me bañé, preparé mis cositas y me largué a la clínica. Salí de ahí con dos muletas: paroxetina y psicoterapia. Una para el síntoma y otra para lo que está detrás de él.

Ese mismo día, análisis en sangre, peso, talla, colesterol, triglicéridos, colposcopía ultrasonido de mamas…de todo y a la chingada con los males físicos. Mi cuerpo está bien, es mi alma la que se fermenta con tanto pasado sin resolver. Y tengo fuerza, puedo hacerlo, ya estuvo de hacerme guaje.

Que es depresión dijo el doc y yo no lo cuestioné porque estaba ahí con el ojo remi, con las manos temblorosas y el grito atorado en la garganta. Severa, agregó y yo no lo dudé porque hace mucho que vengo sintiéndome de la chingada pero acostumbrada como estoy a aguantar eso y más, no lo admitía. Como sea, ya no me importó tanto el nombre de la enfermedad, quería el remedio.

No es poca cosa. Todavía tengo miedo, es como haber abierto una caja de Pandora. No hay marcha atrás, esa pastillita navegará por mi organismo cada noche y con seguridad habrá consecuencias. Y cada semana el esfuerzo no será menor porque es una lana y porque sólo Dios sabe porque me conseguí el servicio hasta el otro lado del mundo, pero eso estuvo en mis manos. Me hago cargo de mí. Quiero volver a caminar.

¿Donde estoy?



Como tener un tejido en las manos a medio terminar, jalar el estambre que espera continuar el entramado de puntos. Así se empieza, luego se tiene un enredo. Así yo, en cuanto se disipó un poco la nube gris encontré en los rayos de luz que comenzaron a asomarse, la perfecta oportunidad para deshebrar las historias, palabras, imágenes, fragmentos de aquí, de allá, de mi madre, de mi abuela, de mí, de mi ex, de mis tías, de los otros, de una maestra, una muerte, un no nacido blablabla. Intenté hacer un nudito en cada tramo de la madeja que me pareció determinante y le puse nombre a cada nudo y creí que podía concluir esa tarea sin enredarme.

Ya no recuerdo exactamente en qué momento y porqué comencé a hacerlo quizá pensé que luego podría entender dónde comenzaba y dónde terminaba aquella madeja. A lo mejor pensé en comenzar a tejer de nuevo o armar un ovillo de emociones y recuerdos, cada uno en su lugar, en orden, donde no me molestarían, no me inquietarían cuando tratase de pensar en el siguiente paso. Al menos eso creo. No se. Ya me harté de las certezas.

Ya que más da. Me rendí. Me volví experta en enredarme. Un día descubrí que ya no podía con la tarea autoimpuesta de repasar cada centímetro de mi vida y encontrar cada día, nuevos espacios donde hacer nudos nuevos, y ya eran demasiados, tantos que pesaban, que no podía encontrarme entre ellos. Estaba desnuda y enredada en mi propia madeja.

Así, me tiré al piso a revolcarme y extender la mano entre el fino y resistente hilo de mis recuerdos y mis motivos para todo, tratando de dejarla al descubierto para que alguien me ayudase a levantarme, a salir de esa maraña. Grité y me desgarré. Pero nadie vino. Así que me convencí de que tenía gastritis, otro día tenía colitis, infección en vías urinarias, luego me dolía la columna, los pies, la cadera, las rodillas, a veces fue gripe, una mandibula trabada, un cuello que perdió movimiento por días, un mal hormonal, quizá tiroides…y un día abrí los ojos y no quería levantarme. No podía. Y ese grito de auxilio no lograba ser audible porque allá afuera estaba yo. La otra yo, la que podía con eso y con más, la que puede ser implacable, no necesitar de nada, de nadie, la que decía: “el mundo no se detendrá por ti, sigue buscando”.

Y todos los males fueron uno sólo: un dolor en el alma.

Y ese día me quebré. No pude mudarme, no pude hacerme cargo de mí, de mi hija, ni de nada. Por un instante deambulé como un ente más, entre muchos entes que como yo esperaban. Esperaba. ¿Qué caso tenía intentar otra cosa? Podía morirme en esa maraña y nadie lo notaría porque la otra, con su semblante sereno (más bien confuso) me tenía el píe en el cuello.

Y algo crujió en el fondo de mí. No en vano la sabiduría de la pequeña guerrera, no en vano el frío soportado, el abrazo recibido, los amigos encontrados, la lluvia llorada. En medio de ese mar de nudos seguía viva, !sentía! No quería morir-me.

No hay victimario. No hay víctima. Nadie me metió en esto. Es el enredo que yo armé. Es un detalle de fabricación. Yo no lo elegí pero si elijo moverme, salvarme. Vamos a estar bien, me digo. Me abrazo.

Instinto de supervivencia


Es preciso encontrar la manera de que la vida no pese tanto porque el camino es largo y no vamos ni a la mitad. Ayer vi. en el tren a una pareja de ancianos. Parecían contentos, hasta diría que parecían enamorados y no pude evitar preguntarme qué hacían para soportar seguir vivos.

Es cierto que ser mujer, madre, talachera, soltera, me hace sentir vulnerable y al mismo tiempo tan tercamente fuerte. Sin embargo, no creo que los hombres estén exentos. Son otro cuento.

Últimamente el país está de la fregada, eso también es cierto. De verdad que alguna vez ha cruzado por mi mente la peregrina idea de un suicidio colectivo. ¿Es mala idea? Una huída en masa para quien libremente quiera unirse, porque este país ya se jodió, porque quizá irnos de él a otra geografía, a Australia o al otro lado del mundo, resulte en lo mismo.

Sí, sí es mala idea, yo lo sé pero es un hecho que hay muchos tristes con millones de motivos para estar tristes. Yo misma hace unos meses me sumergí en una laguna espesa, helada y sin color.

Según yo y sigo asegurándolo, el detonante fue llegar una noche a casa y ver en la televisión como un loco asesinaba a un hombre a sangre fría en el mismo anden del metro Balderas por donde cada noche camino yo. El incidente ocurrió unas horas antes de que yo pasara por ahí y Ale con Roco aún en el vientre pasaron unos minutos antes.

Me recuerdo viendo la noticia y llorando a mares, neuróticamente. Ese evento me sacudió porque pude haber estado ahí, porque pensé “carajo y si así hubiera sido y una bala…, y ya nunca llego a casa…, y no vuelvo a ver a Faty….y si..). Me dejó adolorida porque todos saben que el caído era un albañil que tenía una familia, que quiso detener al fulano que disparaba y ya había matado a un poli pero que nadie lo ayudó.

No podemos culpar a nadie porque nadie estaba dispuesto a morir ese día. Todos tenían que llegar a algún lugar y a todos los esperaba alguien. Todos los que se agacharon y sólo se atrevieron a mirar por las ventanas rayoneadas del vagón naranja, valoran su vida como el que más…

Las cámaras de seguridad del anden no mintieron. Un tercer fulano caminó manteniendo la calma mientras el malo le disparaba al bueno.

Desde ese día tenía miedo todas las mañanas tenía miedo de la gente, no de los malos que cargan pistolas en la mochila y pueden disparar en el momento menos pensado. Tenía miedo de la gente buena que no hace nada bueno por nadie, esa que no movería un dedo si el loco me apuntaba mí.

El doctor me escuchó pacientemente y luego me aseguró que era la suma de todo la que me tenía así: el loco, el divorcio, los juzgados, el desempleo, el nuevo empleo, la maternidad sola, subir de peso, bajar de peso, poco sexo, luego demasiado sexo, trabajar de día y también de noche, dormir poco, dormir demasiado y hasta mi colchón viejo cooperaba con mi malestar.

Luego me recetó unas maravillosas pastillas, dijo que no era depresión, pero casi y me pidió que leyera a un tal Bucay.

Ya no sé, junto a los males de otros, esto que relato es pequeñez y creo también que Dios no le da a nadie una carga más grande de la que puede soportar.

Y sí, un día desperté y no me sentía tan cansada, ni tan triste, ni tan gris.

Hay días como hoy en que me atrevo a creer que eso que andamos buscando está acá adentro y vuelvo a creer que podemos y merecemos el bienestar sin tener que ir por la vida a pastillazo limpio, pero no sé. Sólo sé que es preciso hacer algo antes de la asfixia mientras nos quede instinto de supervivencia, después de todo, todos tenemos que llegar a algún lugar y a todos nos espera alguien, en algún lugar.

domingo, 4 de julio de 2010

Hogar dulce hogar




Ayer la princesa guerrera y yo caminamos por horas y horas en las calles del defe. Recorrimos a patita hinchada y con Guía Roji en mano, la Portales norte, oriente y sur, la Narvarte, la Vertiz Narvarte, Letran Valle y muchas más.

Prolongación Uxmal, la escuela queda a dos calles, dos recamaras, no mascotas, la mitad de mi salario como renta.

-¿Por qué tenemos que vivir aquí? ¿por qué no puedes buscar un trabajo cerca de la casa mamá?

Ella trae colgada una bolsita rosa donde puso pañuelos, perros de juguete para que conozcan su nueva casa, pluma y libreta que me pasa de vez en vez para que yo anote los números para pedir informes. Cuánto al mes, una recamara o dos, se puede tener niños o no, etcétera.

Calle Saratoga, 4200 más mantenimiento, sin estacionamiento (al fin que ya ni podré comprar el carro). Le he dicho que vamos a tener nueva casa, no será nuestra, dice ella, nada es nuestro nunca le dije, pero aquí no huele a nosotras, llevaremos nuestro olor a otro lado le respondí, pero ¿porque esa señora dice que sin niños y sin mascotas?

AHHH! ¿Por qué preguntas tanto?

Dicen por ahí que lo que una decida será lo correcto pa los críos y yo a veces no estoy segura pero toda la vida voy tomando decisiones para ella, las que la hagan fuerte pero que duelan menos, las que la hagan feliz pero no superficial y así, y ahora quiero cambiar mi casa en ese lugar donde hay de todo y hasta borreguitos pastando cuando uno mira el horizonte, por un depa chiquitito pero cerca del trabajo, eso con suerte me permitirá estar con ella más tiempo y menos metida en el transporte público.

Esquina Tokio y Presidentes, bastante acce$$ible, no mascotas, no niños pero harían una excepción porque mi pequeña acompañante se ve tranquila, un año de contrato. Suena bien, pero abajo hay una carnicería y enfrente una vinatería y se ve medio chacal la colonia.
- Pero mamá, me vas a dejar aquí cuando estés trabajando y me va a dar miedo.

El plan está trazado y diseñado para mi comodidad. Menos traslados, menos gastos, menos estrés. Los bemoles son: dejar esa escuela que es su paraíso, dejar el jardín donde hace selvas en época de lluvias y desiertos jurásicos el resto del año, dejar atrás la compañía de la abuela que le cuenta historias de viejos y le hace una leche con chocolate que yo le tengo tan poco permitida, dejar al espencersaurio que de tan viejo es un perro que en vez de jugar se deja hacer todo tipo de travesuras, dejar, dejar, dejar…y le digo que dejar es bueno tambien y que todas las cosas lindas van siempre con nosotras y que hará nuevos amigos y que todo nos quedará más cerca.

La lección de vida que quiero darle es que podemos ser felices sin importar el lugar, que podemos con todo yendo de frente con nuestra fuerza interior.
- ¿Mamá verdad que a veces debemos separarnos de las cosas que queremos?

Lo dijo. No sé si por convencerse ella misma o por convencerme a mi o fue un eco de mis pensamientos no sé porque dice cosas como esas pero lo dijo.

Si, en principio, nada será una pérdida mientras ella vaya conmigo. Ahora todo depende de que la admitan en una de esas escuelas, de que encuentre ese lugar acce$$$ible que nos admita con nuestro olor a familia pequeña, con nuestras cosas queridas, que represente menos riesgos físicos para la guerrera.

Tal vez lo menos peor será lo mejor, tal vez algo distinto llegará. Mi corazón desea, mis ojos buscan, mi guerrera de seis años va conmigo. La búsqueda continúa.

jueves, 1 de julio de 2010

otro día de...


Todos los jueves juego un juego triste, dijo y supe que iba a soltar otra de esas cosas que me golpean el alma (no sé cómo es eso pero suena a que duele, ¿qué no?).

-¿Cuál es el juego triste de los jueves? -Juego a que mis papás no están conmigo y yo trataba de encontrarlos…otro jueves jugué a que tenía un caballo en un establo pero tenía que irme a vivir a una ciudad y él me extrañaba…otro jueves me iba en un barco y mis amigos me decían adiós, ese fue más triste porque ellos lloraban y yo también…

¿Cómo te explico que a veces la vida parece ser un interminable jueves de juegos tristes? Y si, los más tristes son esos en los que te despides de lugares, de cosas, de afectos, y hasta duele despedirse de quienes parece que nunca te quisieron.

Un día él se fue ¡y me dolió tanto! Tanto, aunque hacía mucho que yo sabía que todo era una bonita fantasía de estar acompañada. Y te juro que intenté que se quedara. Intenté que no lloraras como lloraste pero sucedió cuanto tenía que suceder y sin embargo, toda la fortuna del mundo se quedó conmigo porque te dejó a mi lado. Yo me quedé mucho en el trabajo, mucho en mis tristezas, mucho sentada en mi constante intento de ordenar esta historia, de poner cada cosa en su lugar y aún no termino y a veces me aterra pensar que nunca lo haré, pero esa es otra historia.

El domingo pasado fue día del padre y escribiste una carta decorada por todos lados, ninguna esquina de papel quedó en blanco, pusiste ahí todo tu amorcito, estrellas de colores letras de tus manitas de seis años con las que dices cuánto lo quieres y que es el mejor, y ese dibujo donde los dos se toman de la mano.

No me enteré que el lunes había festival de día del padre (¿ya he dicho antes lo mucho que me caen mal los días de…verdad?). A lo mejor es cierto y uno oye y ve lo que quiere nomás y no quise ver ni oir de esa fecha pero igual te mandé a la escuela y luego me contaste que habían ido los papás de tus amigos.

- Mi papá también estuvo, siempre está, en mi corazón…

Si, te lo dije muchas veces: aunque se haya ido, siempre será tu papá y siempre te querrá. Parece que no lo hice mal, estás convencida y no tengo intención de cambiarlo, me hace feliz que seas feliz, que ya no llores por él, y que recuerdes tantas cosas lindas de papá, con todo y que tengo un lado oscuro (muuuuy oscuro) en el que no cambia que prefiero no hablar de él y que la verdad, la verdad, aún tiene miedo porque lo amas tanto que lo absuelves de cualquier culpa (tu corazón es puro). Me da miedo ese lugar en tus dibujos donde no estoy, me da miedo la culpa que a veces hace que me pese cada hora en la oficina y pensar que está más cerca él acurrucado en tu corazón que yo acá afuera en el mundo de las mamás dinosaurio que se juegan la vida por la cría. Miedo a que esa despedida nunca deje de doler.

Y yo que creía que a las cosas, los lugares y las personas entrañables se les quería mientras se les tenía y luego se les dejaba ir si así tenía que ser. Pero que poco se de despedidas sabias como las tuyas.

¿Qué? ¿Qué cosa? ¿Que quieres que ponga esa carta en el buzón?...

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