jueves, 22 de agosto de 2013

Ciao, pequeña




Comemos juntas como cada día (qué bendición), pero hoy quisiste una hamburguesa. Te dije que sí, que tenemos permiso por ser 20 de agosto, es decir, porque sí. La que quieras, te dije. Te observé batir con aderezos tus mejillas y tus manos que aún son pequeñas. Y reí y te limpié con cuidado para que no le estorbara la mayonesa al sabor de la cátsup. Me dijiste que ya debería estar regañándote. Acostumbrada como estás a mis pretensiones de enseñarte siempre las maneras correctas, pero no lo hice. No, porque podrían ser los últimos días de esa inocencia genuina, así sin falso pudor; porque presiento que “lo que sigue” ya está a la vuelta de la esquina; porque ya me creciste más arriba del hombro y hasta me ayudas a cambiar un foco que yo no alcanzo, porque ha sido muy rápido todo y no me di cuenta de que dejaron de gustarte los colores pastel, porque ya comienzo a extrañar a la pequeña que vive sin simulacros de adulta, la que enloquece con burbujas de jabón. Supongo que la niña se va un poco cada día y pienso atesorar cada uno de sus destellos mientras me dejo asombrar ante la jovencita que ya se asoma tras las últimas ventanitas de tu sonrisa de diez años.

lunes, 19 de agosto de 2013

Ser o parecer


Tuve una de esas conversaciones que me hacen botar el switch y ponerme a escribir. Hablábamos de las personalidades reales (esos roles que adoptamos en nuestros entornos inmediatos) y las personalidades virtuales (esas que vivimos, pues en entornos virtuales, llámense redes sociales, amistades a distancia, mails, blogs, etcétera). A veces me pasa que me pregunto, ¿quiénes somos en realidad?, ¿somos esos que escribimos?, ¿o estos que vivimos? Con frecuencia, la personalidad en redes y la que uno conoce en vivo no congenian, las desconozco, me asustan y ya está, se abren grietas. Pero no quiero escribir hoy de redes sociales ni de personalidades virtuales o grietas en las relaciones, sino de esa conversación y las revelaciones personales a las que me abrió. 

Ella me dijo que es posible que existan personas “duales” que son de una manera aquí y de otra allá. Reconozco que prefiero a las personas que no son duales, no es que sean mejores o peores, eso no lo sé, es porque me asustan menos, se que esconden menos intenciones y me siento más segura con ellas cuando se trata de entregar confianza, ceder parte de mi espacio, abrirme al afecto. Y este ha venido siendo el tema en estos últimos meses. 

También recordé como una revelación, que de niña era muy abierta en casa, muy pinga, muy parlanchina y en la escuela las maestras se preocupaban ante mi perturbadora seriedad. Me alegro de que nadie haya sugerido que era autista o que tenía algún problema de adaptación. Es posible que esto sea frecuente en niños pequeños que encuentran difícil estar entre extraños, sin embargo al terminar la adolescencia aún me costaba trabajo ser o aparecer como la misma persona en diferentes ambientes. 

Esta sensación de tener distintas personalidades me conflictuó tanto que me llevó a un primer, aunque breve episodio depresivo, que no fue atendido que pasó casi inadvertido pero que recuerdo. A eso se debe que muchos de mis esfuerzos se enfoquen en ser más que en parecer. Fuí una persona dual y no me gustaba, de manera que me asusta convivir con personas duales.

Ha sido hasta esta mañana cuando platiqué con ella, que lo noté: creo que voy logrando ser la misma esté donde esté. Desde luego hay más apertura si estoy en confianza, como a todo mundo le pasa, pero ya no soy irreconocible en un círculo de personas o en otro, me observo desde fuera y soy la misma todo el tiempo, ya no hay síndrome de camaleón, no máscaras, no conflicto de dualidad. Es posible que me equivoque, es posible que quienes me conocen puedan percibir lo contrario, pero eso es lo de menos, yo me siento así y esto me alegra, me alegra poder mirarme hoy y en retrospectiva e identificar esa evolución. Para mí lo es porque aspiro a ser y no solo parecer, a conocerme a mí misma. Acaso solo alucino, si el día de mañana leo esto y me parece un sinsentido, pues lo borramos y ya está, pero hoy, ¡bienvenida al cambio!

jueves, 15 de agosto de 2013

Despedidas bienvenidas

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Nunca he sido buena para acumular nada. No suelo tener más de tres pares de zapatos ni más de siete personas entrañables reunidas en un mismo plano temporal. De manera que cuando una persona se ha ido, una nueva aparece. No es porque las personas sean como los zapatos, que se usan, se desgastan se desechan y se adquieren otros. Es más bien, porque las personas son libres pero, han de cumplir una misión mientras coinciden unas con otras. Asumo que cuando lo han hecho ya, están listas para marcharse aunque uno mismo no este siempre del todo listo para dejarlas ir y entonces duela desprenderse de sus presencias, de sus esencias.

Hablé de esto con Ulises hace unos meses. Él dijo como siempre que nada ha de permanecer, que todo es movimiento. Me costó trabajo entender que eso incluía a las personas pero es más sencillo si lo miro como la socorrida metáfora que compara la vida con un tren y dice que viajamos acompañados por personas destinadas, unas a permanecer por largo tiempo con nosotros durante el viaje, otras a descender en alguna próxima estación. Al final, compartir el viaje con unas habrá sido una maravillosa experiencia y en cambio otras habrán sido incómodos pasajeros. Otras solo se habrán sentado a charlar con nosotros un instante pero todas cumplieron su cometido: dejar en nosotros un importante aprendizaje.

Como sea, es doloroso desprenderse de esas personas a las que amaste mucho pero que están destinadas a no quedarse para siempre, no porque así lo decidas tú, no porque ese sea el deseo premeditado de ellas, sino porque no puede ser de otra manera, porque es preciso para que cada uno continúe su propio viaje. No puede ser de otra manera. Algunas veces el procedimiento es muy sencillo, te despides, se conjura un hasta pronto y algo te dice que eso significa que nunca más han de encontrarse porque ya todo está hecho. Y otras veces, sabes que ha llegado ese momento cuando el motivo no es del todo claro, cuando todo parece haber sido tan rápido que no pudiste evitarlo, como una tormenta de tontos naipes sobre una asustada Alicia.

Yo busco además, señales. Sé que un ciclo se cierra cuando duele tanto que anestesia. Sé que un ciclo se cierra cuando me siento tan fuera de él que veo ya solo un punto luminoso que me recuerda lo que fue estar dentro de él, compartir en él, crecer en él. No pasa nada, puede que se quede ahí brillando intermitentemente si ese es su destino, pero solo para que recuerdes de vez en cuando, si miras atrás. O puede que se cierre por completo y se pierda para siempre. No importa cuanto te aferres a permanecer, de haberlo hecho podrías no haber salido nunca. Ha llegado su tiempo y nunca volverá a ser lo mismo.

Estoy aprendiendo también que no todo es pérdida y duelo. Recientemente me percaté de que siempre que esto ha ocurrido, comienzan a abrirse ante mí nuevos portales a otros mundos, a otras personas que llegan listas para abrir las manos y darme y recibir de mí. Son las personas correctas en el momento correcto siempre que uno sepa encontrarlas.

Así que cuando el tren se ponga en marcha uno solo puede estar seguro de que nada volverá a ser igual. Alguien bajó y alguien subió, quiza fuimos nosotros. Estoy lista. Adiós, gracias. Bienvenidos.

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