miércoles, 24 de julio de 2013

Pequeño recuento


Un año. Es muy poco o mucho según lo que se espere obtener en ese plazo. En un año puedes mudarte de la casa matriarcal (que no materna) y darte cuenta de lo pequeña que te sientes. En un año puedes romper vínculos, crear otros nuevos solo para darte cuenta (una vez más) de que no hay nada nuevo bajo el sol. En un año puedes ver como tu hija se enfila a transitar por el caminito que la llevará a ser una jovencita y ya no, una pequeñita que todo lo esperaba de ti.

Sí, me convertí en chilanga pero no de hueso colorado, solo habito en otro punto geográfico, mi hogar sigue allá, no se si para bien, no se si para mal. Solo se que una vez conciente de las cosas que quiero no repetir de las mujeres de mi familia, abrí los ojos a las cosas que más amo de ellas. Es posible que mi andar sea muy lento, pero así es como funciono y quizá dedique un segundo año a sentirme totalmente agusto en este nuevo espacio, a apreciarlo, descubrirlo, transformarlo en mi hogar. Aún no lo se.

Fue un año de desencantos también. Me desencantaron personas y me alejé, me desencantaron situaciones, decisiones mal tomadas, cosas que dije y no debí decir, cosas que callé cuando tenía que gritar. Estoy muy intolerante conmigo y no me perdono tan facil, pero trabajo en ello. Segunda tarea para un nuevo ciclo de crecimiento.

¡Y la Guerrera!, un día nos sorprendimos comprando corpiños, desoderante suave, hablando de hormonas, de niños y vello púbico! Pasó a quinto año, me dijo que ya no piensa extrañar a su papá, esot último lo lamento, no hubiera querido que su corazón se acorazara pero tiene derecho a defenderse del dolor, la acompaño y espero lo mejor para ella.

Así las cosas.  Sigo reportando desde mis nuevas coordenadas.

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