Muchas veces he pensado en que es triste pero hay que decirlo, las mujeres son las más ultraviolentas a la hora de violentar a otras mujeres. No me quiero arriesgar a caer en un prejucio pero lo vivo en la calle, en mi familia, entre las amigas, en la oficina.
No me siento tan vulnerable frente a la fuerza bruta de un hombre como frente a la capacidad hiriente, descalificadora, anulante, ignorante de otra mujer.
Primer acto
Se abren las puertas del vagón de metro, un tipejo alto, fornido que apenas pinta canas y que, por lo que se huele, parece haber bebido de más, entra dando sendo y brutal puñetazo que lanza al interior a una mujer que usa chamarrota rosa y que esperaba junto a él, en estación tal de tal metro a tal hora.
Segundo acto
- Mujer que usa chamarrota rosa: ¡oiga señor que le pasa? Además, ¡este es el vagón de mujeres!
- Policía (alto, joven, prieto y a medio uniformar a bordo del vagón): señor pase al vagón de hombres.
- Tipejo: no señor, yo acabo de caerme en las escaleras.
- Mujer acompañante del tipejo (seguro, es su esposa, matrimonio cincuentón con tufo a rancio): ¡y viene conmigo y no se baja!
- Mujer con chamarrota: ¡yyyy? Eso no le impidió golpearme con fuerza, yo no lo veo débil ni nada y que venga con usted no le da derecho a irse en vagón de mujeres ni a golpearlas.
- Tipejo: aquí todos se empujan ¿no poli?
- Mujer con chamarrota rosa: no señor, no todos, yo no lo empuje a usted y no empujo a nadie y usted (al policía) ¿no hace nada? Claro, si se meten a policías sólo por hambre, ¡para qué sirve la maniobra entonces (la maniobra es separar hombres y mujeres en el metro a horas pico)?
- Policía: El señor tiene el mismo derecho a irse aquí y usted le estorbaba y yo ni trabajo aquí.
- Mujer acompañante del tipejo: ¡déjelo en paz, está muy acelerada!
- Mujer con chamarrota rosa: ¡pues claro que estoy acelerada! Un tipejo me golpea, es otra mujer la que lo justifica, el uniformado acá lo defiende y todas aquí se quedan calladas aunque alguna vez las hallan manoseado o aventado así. ¡Agachonas!
Tercer acto
El vagón sigue su marcha en relativo silencio y en relativa calma; se suben más tipejos al vagón de mujeres, se sonríen porque es rico infringir una regla, supongo; el tipejo golpeador está que no cabe en su sonrisita de satisfacción, la mujer que lo acompaña lanza miradas fulminantes a la de chamarra rosa, tres estaciones después el poli se baja, saluda a su compañero uniformado y toma su turno en el anden de esa estación, al final resulta que sí trabaja en el metro y la de chamarra rosa se va rumiando hartas cosas hasta su casa.
ooOoo
Y qué más da ¿no? Una rabieta más, una injusticia mínima más entre miles y muchas veces más graves que se viven a diario en el metro, en esta ciudad, en este país, en este mundo.
Luego pienso que el mundo está al revés y que he venido educando mal a Fátima, le he dicho muchas veces que si está en problemas exprese lo que siente y lo que piensa y que si el problema es muy grave puede acudir a las personas “mayores” (figuras de autoridad, pues), que ellas sabrán qué hacer y que siempre habrá alguien que la proteja, pero ¡coño! Me han golpeado de feo modo y me expresé y valió gorro y una figura de dizque autoridad defendió al agresor y es una de mis congéneres quien me pone más los pelos de punta por defender al machón que la acompaña. No, pienso, nadie va a defender a nadie, estamos solos y más aún: solas. ¿Qué procede?, ¿portar armas?, ¿unirse a la bola de agachonas?, ¿autodefensa personal? tal vez deba ir tomando clases de tiro. Naaaaa, el mundo está al revés, me repito.
O tal vez no tanto, me digo al final, tal vez cada cosa y cada persona está en el sitio que le corresponde. Esa mujer lleva quizá más de la mitad de su vida aguantando las patanerías del tipejo ese y está tan adaptada que no comprende que no es correcto y no es habitual que alguien proteste por ello, pero yo lo hice y entonces la coodependiente que vive dentro de ella salió como fiera a defenderlo. Ese poli con su ineptitud me confirma que el orden establecido no ha funcionado, que no es la vía, que las cosas necesitan cambiar, que ese cambio lo haremos nosotros y además que no me gusta ser una victima porque éstas siempre necesitan defensores pero que alzar la voz es un arte que debo afinar. Y yo, pues yo estaba en ese lugar en el que estoy siempre, a la hora tal y en la estación tal, que me ocurren tales situaciones, que me dejan pensando tales cosas y que al final me obligan a mirar lo que soy y lo que no soy y peor, a escribirlo, jo!
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