Estación Guerrero, subes una escalera vuelta a la izquierda y una escalera más; al llegar arriba sólo es posible circular por el pasillo central que está separado de los otros dos, por vallas y así, no es distinto de un corral que conduce vacas al matadero. Si se enciende la luz amarilla tipo semáforo al final de este pasillo, los tres o cuatro oficiales azules que pastorean la zona, han de cerrar el “corral”. De esta forma, varias decenas de usuarios que estaban a punto de llegar al anden se amontonan hasta quedar apretaditos entre las rejas y ante el evidente retraso han de abuchear a los oficiales. Aún así, deben esperar uno o dos trenes para continuar su marcha. Los uniformados explican como cada mañana, que sólo cumplen órdenes y que “es por su propia seguridad”, que "si no se pueden aventar a las vías". Claro que los impacientes siempre pueden brincar las vallas, aveces esto ha resultado en caídas, patadas, empujones pero no está prohibido. Su arrojo da igual porque no por ello subirán antes al tren pero les hace ilusión, ¿porqué no dejarlos?. Al final, esta dosificación del flujo de usuarios no tiene ningún sentido y el anden habrá de saturarse nuevamente cuando se abra la reja. Ya en el anden, otros oficiales, hombres y mujeres, recitan que “recórranse, al fondo está vacío”, que “atrás de la raya amarilla, es por su propia seguridad”, que “permitan salir para que puedan abordar”, que “no se empujen, eviten un accidente”. Se les van los pulmones en ello y aún así resulta que la línea amarilla se pierde bajo los pies ansiosos por abordar, que todas ahí son entronas profesionales del vagón y se lanzan sin miramientos por quienes desean descender.
La paciencia de las y los oficiales es a prueba de balas y siguen pegando gritos que nadie atiende, pero esta mañana algo ha sido distinto. Un oficial robusto, morenazo y de cabello híper negro y necio recorre el anden reservado para damas-domadas a quienes reparte palmadas enérgicas en la espalda o el hombro si osan cruzar la línea amarilla; el resultado es que temiendo una siguiente llamada de atención, todas mantienen la distancia. Macana en mano, este poli onda nezanazi toma el control de la zona y con alto volumen que ni esfuerzo le cuesta, indica que nadie puede quedarse en medio “siga caminando, ya me escuchó, no se detenga” y así por las buenas y hasta personalizado sí, todas se distribuyen, pero ahí no queda la cosa, cuando algunas comienzan a sentirse alteradas por el trato tan enérgico de este peláo, llega el tren, bajan pocas y muchas quieren subir, todas ahí sabemos que sólo una o dos conseguirán abordar pero entonces el personaje uniformado impecable golpea las ventanas de los vagones y la orden es clara: "¡compáctense, compáctense ahí adentro, usted, señora, muévase, tienen que subir más, compáctense!" Subimos muchas, no sabemos cómo pero logramos compactarnos y hasta hubo risas.
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