-¡Ayúdame Raúl!- gritó ella en el andén
Es menudita, viste como otras adolescentes, tiene como 18 (hoy en día la adolescencia es un periódo indefinido que no necesariamente se mide por la edad) y lleva una pañalera donde bien cabría la mitad de su cuerpo, una bolsa de las que ya no se regalan en los centros comerciales y de la que asoman un par de tenis de ella, una chamarra para el niño que no cupo en la pañalera, una kilo de mandarinas para el camino, supongo y quién sabe qué más empacaron ahí pero se ve que pesa. ¡Ah sí!, y en la cadera lleva apoyado a un nene que aún no camina, pero es llenito, llenito. Y ahí adelante se ve que esto es porque Raúl que no ha de pasar de los 20 es altote y ponchado. Van a entrar al metro y hay que subir escaleras pero Raúl no volteará a mirarla y a ayudarla menos. Atrás de Raúl camina un chamaquito como de tres o cuatro, va rapidito, trata de alcanzar a su papá y tal vez pescarse de su mano. Y sí, en otro sentido, seguro va que vuela para ser como Raúl.
-¡Ayúdame Raúl!
-¿A qué? Yo ya te ayudé a hacer a los hijos que querías ¿no?
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