viernes, 8 de octubre de 2010

Cero tolerancia

Cómo es que uno puede concentrarse en una labor si tiene que escuchar la risita chateadora de la frenchpudul-vecina de escritorio, los achaques de la impresora, la fiesta del té que organiza el equipo del sombrerero-coordinador, los chascarrillos del editor-viejolobodemar y no puede faltar el pleito de alguien más con su novio…¡por teléfono!

Hay mañanas como ésta, en que estoy particularmente intolerante. Ustedes dispensarán, será que me contagié de ese espíritu aguerrido, más bien agresivo de las dos mujeres que salieron como escupidas por el vagón del metro justo en la legendaria estación Balderas. En dos segundos, ambas estaban en el piso, no se sabía de dónde les salían tantas manos y enjundia a las involucradas. Una tercera quiso separarlas y de pronto ya estaba también en la revolcadera y una cuarta gritaba excitadísima: “se van a matar, se van a matar”.

No era para tanto pero ella no quería menos protagonismo del que se llevaban esta mañana las que se deschongaban en el cuadrilátero improvisado por la chusma. Una palabra extra, un codazo manchado, un bolsazo en las nalgas o nomás se vieron feo o feas, valla uste a saber. Las que nos quedamos dentro para seguir nuestra marcha sabíamos que alguno de estos fue el motivo del encontronazo y estiramos el pescuezo para quedarnos con una imagen de aquel aleccionador momento. Luego nos miramos luego unas a otras. Juraría que la quer iba junto a mí me dijo con los ojos que cuidadito y la molestara porque me desgreñaba. Mello.  

Vi pasar al custodio, con andar pausado, panza echada adelante, espalda atrás, levantar una mano, llevarla a la frente pasearla por las entradas, sacarse la gorra y llevar ésta abajo hasta golpear una pierna, al tiempo que miraba la escena avanzando como quien desea no llegar jamás al fatídico destino. Es probable que recordara aquellos años mozos de recién graduado de la academia de policía (ni sé si tan loable institución exista, pero algún equivalente habrá), es probable decía, que recordara haber intervenido en incidente similar cuando creía en el orden público y en la fuerza que su uniforme le investía y recordaba también haber resultado rasguñado y vilipendiado por ello. Ahora tras muchos años de experiencia y colmillo sabía que lo más conveniente era permitir el sano desfogue de adrenalina de las usuarias. Y luego escoger a la menos brava para detenerla por unas horas en la jefatura de estación.

No conocí el desenlace. Para mí, el custodio quedó congelado en ese andar hacia las pleitosas y estás quedaron a su vez, congeladas pellizcándole una la chiche a la otra y esta jalándole el cabello a la otra. Luego el tren siguió su marcha y como en view master, al siguiente parpadeo ya estaba en otra escena, pero alguna mala vibra me quedó, que no siento deseos de tolerar sandeces.

Pero no voy a deschongar a nadie, mi religión no me lo permite así que mi salida es menos tolerante que eso:  me meto a una cápsula de música, los veo pero no los oigo, luego entonces, no existen. Y sigo acá in working. Ya se me pasará lo malvibrosa. 

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