Hace un par de meses que los jueves me impulsa un apuro especial por llegar a casa. No quiero perderme verla feliz con él, verla abrazarlo y verlo a él recuperar un poquito de lo que sus decisiones de entonces le impidieron tener. Ver esos dos corazones tan llenitos inunda el mío.
Todo en aquella noche quedó congelado en el alma. Las últimas palabras, la boca amarga, su mirada incapaz de encontrarse con la mía, el golpe seco de la puerta sellando una nueva ausencia, las luces de la calle iluminando una sala que no nos vería más reunidos en ella, un cuerpecito tembloroso abrazado al mío, sus pasos llevándoselo hacia otra historia por la escalera y un ruego: ¡Papi no te vayas!
Luego vinieron días muy tristes. Una noche la Guerrera sintió que él dormía junto a ella y al despertar se encontró sola. Fue el llanto más amargo. Como ésa, muchas noches volvería a verlo sólo en sueños, volvería a llorarlo y a llamarlo, a reclamarlo sin encontrar respuesta. La descubrí tantas veces espiando el abrazo de otros papás a sus hijas y anhelando secretamente que las cosas fueran distintas. Que la historia nunca hubiese tenido un final.
Una tarde la Guerrera me confesó que había dicho una mentira. En el consultorio Verónica le había pedido que escribiera el nombre de lo que sentía en un papelito. La palabra había sido Tristeza. Después, Verónica le indicó que lo hiciera bolita, lo dejara en el bote de basura y que finalmente dijera si ahora ya no sentía lo que había escrito. La Guerrera dijo que ya no sentía tristeza, que el truco había funcionado pero no era verdad.
Me dijo que su tristeza era igual a sentir que el corazón era cada día más pequeñito, que era como tenerlo apretado en una caja muy chiquita y no poder respirar. Dijo que lo amaba que no quería olvidar su voz pero poco a poco dejaba de recordarla por que él no venía y ¿por qué no venía?.
No tuve respuesta pero confesé: yo también lo extrañaba. Yo también lloré hasta quedarme hecha sal, yo también deseaba que nada fuera real y que un día al despertar estuviéramos juntos otra vez para hacer las cosas de siempre, pero a los 27 años debía obligarme a entender lo que la Guerrera aprendió a los 4, que nada es para siempre, que las personas no nos pertenecen, que una vez decidido el rumbo, es preciso quemar las naves para jamás volver, para sobrevivir, para cerrar ciclos...para crecer.
Han pasado dos años desde entonces y he aprendido muchas cosas, resignificado otras tantas y me he desprendido de muchas que no me corresponden o que ya no caben en mi maleta, que intenta ser cada vez más pequeña y a cambio de ello he recibido mucho. En ese camino un día me encontré de frente con él. Pero me quedó claro que éramos nuevas personas. Que los funerales habían terminado y era momento de una bienvenida cordial a ése que jamás había dejado de estar en el corazón de la Guerrera.
Ella tiene días felices ahora porque el círculo que la contiene es entero, es un abrazo fuerte. Yo deseo que duren mucho tiempo y se congelen también en su mente y en su alma.
Él nunca tramitó un régimen de visitas como indica el protocolo y como sería deseable para garantizarnos su presencia y no sé si lo hará pero viene cada semana tan solo porque la ama y parece que no desea perderse esas cosas que únicamente con ella podrá vivir.
Deseo que ella sepa que las personas pueden marcharse porque cada quien es dueño de su propia historia pero que los corazones pueden permanecer unidos fuertemente. Que ese día el mundo no se rompió. Que su corazón no se encogió pero dolía porque debía crecer para contener un amor más grande. Deseo que recuerde que el amor no se crea, no se destruye, solo se transforma. Y que hay afectos en los que podrá confiar por siempre. Que el amor sí puede ser una certeza.
Si entonces su corazón se sintió tan pequeñito estoy segura de que ahora se siente inmenso y luminoso y eso me hace feliz también.
Cada jueves él vuelve a marcharse y sus pasos vuelven a llevárselo al final de nuestra calle a obscuras, donde lo vemos dar vuelta y deseamos que le vaya muy bien, que regrese, que haya más historia para los tres.
Cada jueves él vuelve a marcharse y sus pasos vuelven a llevárselo al final de nuestra calle a obscuras, donde lo vemos dar vuelta y deseamos que le vaya muy bien, que regrese, que haya más historia para los tres.
ta buenísimo
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