jueves, 2 de septiembre de 2010

Orgasmo en movimiento

Uno de los muchos medios de trasporte que abordo todos los días para emprender mi viaje de casa al trabajo y viceversa es la combi. Dícese de un gracioso vehículo que es una camioneta tipo van o minivan aunque la original es la VW como la combi hippie de la peli Cars, pero adaptada para ganado humano productivo, es decir pasajeros. Tiene tres o cuatro asientos donde cómodamente caben tres personas sentadas pero a huevo deben acomodarse cuatro, en pro de que este medio siga siendo sotenible.

En estas combis viajamos hombro con hombro, nalga con nalga y casi nariz con nariz, nos miramos muy cerca y fingimos todos que no; de vez en cuando nos sonreímos o nos hacemos cara de Chuky, según lo amerite el caso. Es como el metro pero es un fenómeno distinto porque la cercanía entre los pasajeros es tal que obliga a niveles de tolerancia aún más elevados. Cada uno finge que viaja plácidamente en su jet privado aunque traiga las nalgas del vecino encima y el asiento de al lado torturando las rótulas.

Particularmente es en este punto de mi viaje donde entro a mi cerebro y desenchufo los cablecitos azules, me quedo en hibernación como las PC cuando hay que ahorrar energía.

Todo esto viene a cuento de que con cierta frecuencia, en esas células móviles ocurren cosas que pueden observarse o no, pueden llamar mi atención o no, sacarme del lapsus o no. Ésta lo hizo.

La falda muy corta y sobre todo la desfachatez con que se dejó caer en el asiento al fondo de la camioneta, es decir, sin atención a que había abierto la gloria y todos los viajantes la habían mirado, hicieron que la señora frente a mí ruborizara primero, luego, en un acto reflejo pusiera la mano sobre la rodilla de su nene treintañero y lo mirara amenazante, ya saben, uno de esos silencios con que las madres dicen: ¡estate!

Finalmente, frunció el ceño y ahora la miraba a ella pero la adolescente que aún olía al alcohol de aburrida peda puberta de lunes después de la prepa le sostuvo la mirada y hasta le sonrió socarronamente.

Por fin la reta de miradillas madre-hijo-hijo-piernotas-puberta-madre-puberta se terminó y la muchachilla esta sacó el celular.

-¿Qué onda? ¿Ya llegaste?...jajajaj…sí, yo también…ya, ya casi llego…jajaja, si al rato también me haces llegar, jajaja…bueno entonces te veo en el mesen, pero me esperas, no te vayas a desconectar…

Acto seguido la chiquilla medio embriagada y ya muy ganosa cambia de lugar y esta vez enseña las nalgas, se derrumba en otro asiento donde dos finos caballeros le hacen cancha sin perderse el espectáculo. Ella cierra los ojos, estira las piernas, humedece y aprieta los labios (entiéndase labios-labios). Los ojos entreabiertos un poco en blanco, un gemido gozoso y las piernas moviéndose al compás de su perturbado placer.

Acaso lo que acabábamos de escuchar era una concertada cibercita con segura sesión de cibersexo pero esta descarada ya se le había adelantado al cibergalán y ahora nos mostraba como masturbarse en público sin usar las manos ni el pudor jajajaja

¿El nene treintañero? Pues lástima, iba con su mamá y tuvo que hacer como que no miró.

Sí, esas cosas pasan en mis viajes, que son también los viajes de muchos que me acompañan en el metro, en el camión, en la combi, en el tren, y me divierten, me conmueven, me entretienen, me estremecen, me acongojan, me perturban, me...pero pasan y luego, uno tiene que bajar, caminar a casa y hacer como que esa es otra realidad que no es la real y verdadera.

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