¿Vas hacia tu casa?- me dijo y tocó mi hombro.
Sí, que coincidencia ¿no? – me sorprendió pero no fue difícil responder porque parecía como si ambos hubiéramos sabido que estaríamos ahí a esa hora.
No, las coincidencias no existen, por alguna razón unas horas antes me retrasaron la consulta en la clínica y salí un poco más tarde de lo planeado, por alguna razón perdí ese tren y regresé para abordar otro, por alguna razón me equivoqué de escalera, por alguna razón esa señora gorda no me dejó acelerar el paso, por alguna razón de pronto, entre tanta gente me reconocía y ahora caminábamos juntos, como por alguna razón, seis años atrás coincidimos en el mismo espacio, en el mismo tiempo con las emociones exactas que por alguna razón hace seis años nos guiaron para cerrar ese poderoso círculo que ya jamás se rompería y que nos mantendría unidos por siempre por ser instrumentos de vida para La Guerrera.
Sabía todo de él pero ignoraba quién era y de dónde venía, no sabía qué loción usaba, ni cuándo el corte de cabello, ni a qué hora se levantó ese día, ni qué tenía que hacer al siguiente y él sabía todo de mí pero no tenía idea de quién era yo en ese momento ni de las mil cosas que llenan mi cotidianeidad estos días.
Y sin embargo nos era posible una charla casual en el andén del tren, mirar por la ventana el mismo paisaje urbano, las mismas personas, hablar y reír de las mismas cosas y ser tan distantes a la vez teniendo tanto en común, hablarnos de frente y no poder decirnos nada acerca de nosotros mismos, ¿para qué? no hacía falta, todo lo decible fue dicho ya alguna vez, en otra vida que compartimos juntos. Hoy creo que en ese momento bastaba saber que él es el padre de mi hija y yo la madre de su hija, esa valiente que ahora nos espera en casa, es el día en que él la visita y llegaremos juntos, ella abrirá la puerta y nos unirá con su poderoso abrazo y nos inundará con su alegría desbordada.
Ahí estaba yo, preparando una cena, la ropa, la comida de mañana, y ahí estaba él, abrazándola, ayudándola con la tarea. Mientras tanto, yo iba y venía por la casa con el chaca que chaca recogiendo juguetes y ropitas y los tres conversábamos, reíamos, escuchaba yo las ocurrencias de ella y las risas de él; ella le regalaba un beso y él le platicaba una anécdota que la fascinaba; miran el álbum de fotos y yo entonces observo la escena. El tiempo debe haberse detenido y aquello se vio como una familia. La que no fuimos cuando vivimos juntos. No importa ya, este es el momento, este es el hogar de La Guerrera, esta es su fuerza, esta es su historia.
Muchas veces después de que se fue, deseé que su rastro se borrara de la historia, que no volviera a aparecer en nuestros caminos pero en la vida de la guerrera no tengo derecho a decidir y ella merece todas las piezas de su entramado.
Lo que pasa es que yo no quería que tuviera nada que ver con la vida que me estaba construyendo sin él, no quería su presencia en la casa donde ya no vivía conmigo, no quería su aroma en los muebles donde no compartíamos ningún instante, no quería su mirada inquiriendo mis movimientos, no después de haberme sentido tan derrotada, tan hecha nada.
No lo extrañaba pero me descubría pensando en él todo el tiempo con la insistencia de los locos. Era como entrar a la cocina de mi bisabuela, encender la luz y descubrir que las cucarachas trepaban por las paredes mientras uno se había descuidado. Y como tales, como cucarachas, sus recuerdos me fastidiaban.
Ya no sé decir de qué manera pero sé que lo quise tanto, que todo lo ocurrido no me alcanzó para odiarlo, pero durante mucho tiempo me sentí como un perro después de las patadas. Y sin embargo tengo la certeza de que de haber sentido odio no habría podido dar un paso más, pero no deseaba verlo absuelto porque tenía miedo, y sólo quería sentirme a salvo.
Por alguna razón esa tarde después de muchas lluvias lloradas, después de una ruta construida de implacables porqués sin respuestas, de espinosos reclamos sin solución, estábamos ahí entendiendo los tres aquellas cosas que suceden como nuevas en nuestros corazones y que no pueden ser dichas con palabras.
Nunca volveremos a ser lo que fuimos, eso es un impensable, pero somos lo que estamos construyendo. Estas tardes le abro la puerta de mi casa, entra y sale de mis días sin dejar nada fuera de lugar, permanece en los días de La Guerrera seguramente con mucha más fuerza y luz de la que imagino pero el mundo sigue siendo enteramente mío y su mundo sigue siendo suyo y aún así a veces coinciden ya sin sobresaltos, ya sin explosiones, ya sin debacles. Bendigo esta paz y reconozco lo aprendido en ella.
Ahora mi corazón sabe que no puede olvidar y ya no lo desea porque sabe que el amor es una memoria perene, que el amor se disfraza de pertenencia pero no lo es, que podemos permanecer en el ciclo eterno a través de él. Mi alma está aprendiendo que no hay heridas que duelan por siempre, que no hay nada que reclamar porque hemos tenido cuanto hemos necesitado, que no hay nada de que protegernos si mantenemos amor y luz a nuestro alrededor, que estaremos en el momento justo, en el espacio exacto, con la emoción correcta si nos lo permitimos.
Hasta siempre Enrique.
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