No se qué tenía la leche esta mañana o si me pasé de prozac pero estaba contenta pensando que el amor existe y que no debería tener fecha de caducidad y que quienes se unen lo hacen por motivos tan poderosos que en realidad no tienen verdaderas razones para separarse y que jamás deberían hacerlo.
Pero viene este cuate y me tumba el castillo rosa y me dice que vive con su esposa como siempre y que si, que la quiere pero que no la ama. ¡Shaaa!
Y encima del tinglado me apunta que tan la tiene, (la fecha de caducidad), que algún simpático ya está pensando en una iniciativa para que los matrimonios sean como contratos (¿no ha sido así siempre?). Sí, pero “se harían matrimonios por dos años, al termino de ese tiempo cada uno es libre de hacer lo que quiera o de renovar”.
¿Renovar?, ¿eso se puede? Ya no me siento tan feliz.
Bien entonces se me ocurre que el matrimonio debería estar prohibido y también vivir en pareja y enamorarse. Prohibir el amor. Ese sería el remedio. Y entonces vendría la revolución de los amorosos. Y los verdaderos amantes se aferrarían a encontrarse mientras que los mediocres del amor se quedarían al margen de estos asuntos y ya no estorbarían con sus molestas infidelidades y sus egos y sus rutinas y sus pretextos para matar al inocente amor. Amén
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