miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mi maldición particular




Yo quería ponerlos ahí en mi estante como trofeos, así como hacen muchos de ellos con nosotras, con sus conquistas, ¿por qué no iba a hacerlo yo con las mías? Después de todo, ahora era una mujer libre, disipada, autosuficiente. Podía ir por la vida con mi soltería en restauración ahora que él había decidido que cinco años viviendo juntos no valían la pena como para renovar el contrato por al menos otros cinco.

Pues bien, no me quedé de piernas cruzadas y me fui a conseguir ejercicios de mantenimiento y acondicionamiento físico, me fui a entrenar el alma para acorazarse a prueba de hormonas y calentamientos globales y creí que en el camino encontraría sano placer y esparcimiento y quizá, solo tal vez, hallaría un sitio al que se me permitiera regresar de vez en cuando, cuando tuviera frío, algo que contar, un lugar reconocible, un refugio.

Y si, fue divertido, fue espeluznantemente placentero abrir la caja de las diversiones que están prohibidas para las damas decentes. Aprendí que ninguna etiqueta me define, que podía ser un poco nómada, jugar un poco el juego de simular. Ninguno de ellos iba a quedarse así que no había que conservar datos personales. Recuerdo a un bonachón, a un moreno musculoso, un alto y delgado de finísimos modales, un divertido punketero divorciado…mejor omitimos la lista y los detalles. Puede que solo sea digno de recordar el señor R, quien estuvo a punto de entrar.

El señor R no llegó como los otros, el no parecía buscar nada y yo no lo encontré mientras buscaba nada tampoco. Sólo dejamos que las situaciones se presentaran. Digamos que eliminé aranceles cuando él se presentó y casi me sucede. Un poco más de familiaridad y no la contamos. Estaba a punto de bajar la guardia por completo cuando muy a tiempo mi maldición particular hizo efecto sobre las cosas con el señor R.

Y es que él tuvo que hacer un viaje corto de trabajo. Al volver me citó y me dijo casi agradeciéndome que había sido mejor no ir más lejos antes de ese viaje porque durante este, conoció los ojos más bellos del mundo. Casi me contó extasiado la historia del encuentro con ella. Bien, no era la primera vez y me retiré.

Esa es mi maldición personal: ser un amuleto. Me conocen y al poco tiempo aparece la mujer de su vida. La de Enrique se tardó cinco años pero igual, él la encontró tras conocerme a mí y se enamoró de ella y siguen juntos hasta donde sé.

Y así podría contar la anécdota de cada uno de ellos. El punketero regresó con su exmujer, el musculoso, a los dos o tres meses ya tenía novia y dijo que eso no era impedimento para seguir viéndonos pero no iba conmigo y me alejé. Y así, muchos otros tropezaron conmigo y despues con el amor. Y yo poco a poco me aleje de ese divertimento que dejé de encontrar tan divertido.

Había olvidado la anatema de mi destino y estaba muy agusto, instalada en mi amplia y cómoda solitud, pero justo ayer uno de aquellos me buscó solo para restregarme que tras dejar de vernos conoció a una guapa alemana y lo felices que eran, están a punto de vivir juntos. Ahora tengo un dilema, ¿debería contarle eso a mi terapeuta y trabajar en romper el esquema o comienzo a ofrecer mis servicios como amuleto del amorss?

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