La Muerte me enseñó que no se muere de amor, se vive de amor.
Juan Gelman.
Necesito confesarte algo, lanzar las palabras, explicarme aunque no entiendas, decirte aunque no te enteres, saber aunque ya no importe: Logré olvidar cuánto dolió, ya no eres lo que fuiste pero te extraño cuando estás aquí. Pájaros hechos de recuerdos se estrellan contra mis cristales y nublan la visión. Si ocupas tu debida ausencia, en cambio, me resulta sencillo cruzar el portal y volver.
Pero estás, no puedo borrarte de la historia no lo deseo, no tengo el derecho; tampoco tu lo hiciste, nunca te has ido, no deberías; la historia no nos pertenece a nosotros tan solo.
Antes no me he equivocado ¿porqué ahora lo haría? Algo me dice que te pasa igual, pero no descifro si eres conciente de ello o te acercas más de lo debido más por instinto que por malicia. Sin evaluar el daño ni el bien causado, traes como bumerang rabioso resabios de esos días.
Hablamos y al hacerlo nos miramos pero no hay reflejo tuyo en mis pupilas y no hay lugar para mi en las tuyas, nos olvidamos de pronunciar nuestros nombres.
¿Qué viajero del tiempo alteró el orden de las cosas?, me pregunto a veces y otras como ahora, clamo a todo principio de realidad y concluyo que eres solo el perfecto pretexto para recordarme que algo siento, que la carne dentro del caparazón palpita.
Tu voz, no la reconozco, mi tacto te está vetado. Difuminado en algún sitio de mi sala, observas un episodio de mi día, adivino. Pero no te percibo, estás ahí pero tan lejos. Y sin embargo, existe el eterno vínculo de vida que propiciamos una noche de noviembre.
No voy a interceder por mi, no voy a accionar nada, esta vez decido no decidir nada. Me arriesgué, me equivoqué y aprendí. Es así como en realidad debe suceder siempre. Cállate razón.
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