
Sí nos vamos a hacer cargo de ti, dijo y más que un consuelo fue una revelación. Aquellas palabras encerraban toda la intención del médico por agregarme a su expediente pero en ese momento se escucharon como la voz de un padre aceptándome. ¡Eso! Ya lo sabía pero no me lo decía, que yo andaba reclamando a ese padre que mi madre sigue ocultando en una historia enredosa. En ese momento fue el psiquiatra.
Por otro lado, que venía queriendo que alguién me dijera tal cosa. Y sin embargo, al escucharlo supe que no, que el psiquiatra y el psicoterapeuta harían sólo su trabajo y todo lo demás era mi responsabilidad, que nadie haría lo que sólo yo puedo hacer por mí: rescatarme.
Esa puerta estaba ahí hacía un tiempo, pero yo pasaba de largo, atendí solo la parte superficial del malestar y seguí caminando pero rengueaba y llegó ese momento en que ya estaba hasta la madre de mi pesada carga, sentí que ya no podía más y entré.
Es decir, ese día abrí los ojos, acepté que estaba noqueada, triste, culposa, enojada, reclamona y también muerta de miedo y que no podía sola. Así que me levanté temprano, me bañé, preparé mis cositas y me largué a la clínica. Salí de ahí con dos muletas: paroxetina y psicoterapia. Una para el síntoma y otra para lo que está detrás de él.
Ese mismo día, análisis en sangre, peso, talla, colesterol, triglicéridos, colposcopía ultrasonido de mamas…de todo y a la chingada con los males físicos. Mi cuerpo está bien, es mi alma la que se fermenta con tanto pasado sin resolver. Y tengo fuerza, puedo hacerlo, ya estuvo de hacerme guaje.
Que es depresión dijo el doc y yo no lo cuestioné porque estaba ahí con el ojo remi, con las manos temblorosas y el grito atorado en la garganta. Severa, agregó y yo no lo dudé porque hace mucho que vengo sintiéndome de la chingada pero acostumbrada como estoy a aguantar eso y más, no lo admitía. Como sea, ya no me importó tanto el nombre de la enfermedad, quería el remedio.
No es poca cosa. Todavía tengo miedo, es como haber abierto una caja de Pandora. No hay marcha atrás, esa pastillita navegará por mi organismo cada noche y con seguridad habrá consecuencias. Y cada semana el esfuerzo no será menor porque es una lana y porque sólo Dios sabe porque me conseguí el servicio hasta el otro lado del mundo, pero eso estuvo en mis manos. Me hago cargo de mí. Quiero volver a caminar.
Por otro lado, que venía queriendo que alguién me dijera tal cosa. Y sin embargo, al escucharlo supe que no, que el psiquiatra y el psicoterapeuta harían sólo su trabajo y todo lo demás era mi responsabilidad, que nadie haría lo que sólo yo puedo hacer por mí: rescatarme.
Esa puerta estaba ahí hacía un tiempo, pero yo pasaba de largo, atendí solo la parte superficial del malestar y seguí caminando pero rengueaba y llegó ese momento en que ya estaba hasta la madre de mi pesada carga, sentí que ya no podía más y entré.
Es decir, ese día abrí los ojos, acepté que estaba noqueada, triste, culposa, enojada, reclamona y también muerta de miedo y que no podía sola. Así que me levanté temprano, me bañé, preparé mis cositas y me largué a la clínica. Salí de ahí con dos muletas: paroxetina y psicoterapia. Una para el síntoma y otra para lo que está detrás de él.
Ese mismo día, análisis en sangre, peso, talla, colesterol, triglicéridos, colposcopía ultrasonido de mamas…de todo y a la chingada con los males físicos. Mi cuerpo está bien, es mi alma la que se fermenta con tanto pasado sin resolver. Y tengo fuerza, puedo hacerlo, ya estuvo de hacerme guaje.
Que es depresión dijo el doc y yo no lo cuestioné porque estaba ahí con el ojo remi, con las manos temblorosas y el grito atorado en la garganta. Severa, agregó y yo no lo dudé porque hace mucho que vengo sintiéndome de la chingada pero acostumbrada como estoy a aguantar eso y más, no lo admitía. Como sea, ya no me importó tanto el nombre de la enfermedad, quería el remedio.
No es poca cosa. Todavía tengo miedo, es como haber abierto una caja de Pandora. No hay marcha atrás, esa pastillita navegará por mi organismo cada noche y con seguridad habrá consecuencias. Y cada semana el esfuerzo no será menor porque es una lana y porque sólo Dios sabe porque me conseguí el servicio hasta el otro lado del mundo, pero eso estuvo en mis manos. Me hago cargo de mí. Quiero volver a caminar.
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