Como tener un tejido en las manos a medio terminar, jalar el estambre que espera continuar el entramado de puntos. Así se empieza, luego se tiene un enredo. Así yo, en cuanto se disipó un poco la nube gris encontré en los rayos de luz que comenzaron a asomarse, la perfecta oportunidad para deshebrar las historias, palabras, imágenes, fragmentos de aquí, de allá, de mi madre, de mi abuela, de mí, de mi ex, de mis tías, de los otros, de una maestra, una muerte, un no nacido blablabla. Intenté hacer un nudito en cada tramo de la madeja que me pareció determinante y le puse nombre a cada nudo y creí que podía concluir esa tarea sin enredarme.
Ya no recuerdo exactamente en qué momento y porqué comencé a hacerlo quizá pensé que luego podría entender dónde comenzaba y dónde terminaba aquella madeja. A lo mejor pensé en comenzar a tejer de nuevo o armar un ovillo de emociones y recuerdos, cada uno en su lugar, en orden, donde no me molestarían, no me inquietarían cuando tratase de pensar en el siguiente paso. Al menos eso creo. No se. Ya me harté de las certezas.
Ya que más da. Me rendí. Me volví experta en enredarme. Un día descubrí que ya no podía con la tarea autoimpuesta de repasar cada centímetro de mi vida y encontrar cada día, nuevos espacios donde hacer nudos nuevos, y ya eran demasiados, tantos que pesaban, que no podía encontrarme entre ellos. Estaba desnuda y enredada en mi propia madeja.
Así, me tiré al piso a revolcarme y extender la mano entre el fino y resistente hilo de mis recuerdos y mis motivos para todo, tratando de dejarla al descubierto para que alguien me ayudase a levantarme, a salir de esa maraña. Grité y me desgarré. Pero nadie vino. Así que me convencí de que tenía gastritis, otro día tenía colitis, infección en vías urinarias, luego me dolía la columna, los pies, la cadera, las rodillas, a veces fue gripe, una mandibula trabada, un cuello que perdió movimiento por días, un mal hormonal, quizá tiroides…y un día abrí los ojos y no quería levantarme. No podía. Y ese grito de auxilio no lograba ser audible porque allá afuera estaba yo. La otra yo, la que podía con eso y con más, la que puede ser implacable, no necesitar de nada, de nadie, la que decía: “el mundo no se detendrá por ti, sigue buscando”.
Y todos los males fueron uno sólo: un dolor en el alma.
Y ese día me quebré. No pude mudarme, no pude hacerme cargo de mí, de mi hija, ni de nada. Por un instante deambulé como un ente más, entre muchos entes que como yo esperaban. Esperaba. ¿Qué caso tenía intentar otra cosa? Podía morirme en esa maraña y nadie lo notaría porque la otra, con su semblante sereno (más bien confuso) me tenía el píe en el cuello.
Y algo crujió en el fondo de mí. No en vano la sabiduría de la pequeña guerrera, no en vano el frío soportado, el abrazo recibido, los amigos encontrados, la lluvia llorada. En medio de ese mar de nudos seguía viva, !sentía! No quería morir-me.
No hay victimario. No hay víctima. Nadie me metió en esto. Es el enredo que yo armé. Es un detalle de fabricación. Yo no lo elegí pero si elijo moverme, salvarme. Vamos a estar bien, me digo. Me abrazo.
Ya no recuerdo exactamente en qué momento y porqué comencé a hacerlo quizá pensé que luego podría entender dónde comenzaba y dónde terminaba aquella madeja. A lo mejor pensé en comenzar a tejer de nuevo o armar un ovillo de emociones y recuerdos, cada uno en su lugar, en orden, donde no me molestarían, no me inquietarían cuando tratase de pensar en el siguiente paso. Al menos eso creo. No se. Ya me harté de las certezas.
Ya que más da. Me rendí. Me volví experta en enredarme. Un día descubrí que ya no podía con la tarea autoimpuesta de repasar cada centímetro de mi vida y encontrar cada día, nuevos espacios donde hacer nudos nuevos, y ya eran demasiados, tantos que pesaban, que no podía encontrarme entre ellos. Estaba desnuda y enredada en mi propia madeja.
Así, me tiré al piso a revolcarme y extender la mano entre el fino y resistente hilo de mis recuerdos y mis motivos para todo, tratando de dejarla al descubierto para que alguien me ayudase a levantarme, a salir de esa maraña. Grité y me desgarré. Pero nadie vino. Así que me convencí de que tenía gastritis, otro día tenía colitis, infección en vías urinarias, luego me dolía la columna, los pies, la cadera, las rodillas, a veces fue gripe, una mandibula trabada, un cuello que perdió movimiento por días, un mal hormonal, quizá tiroides…y un día abrí los ojos y no quería levantarme. No podía. Y ese grito de auxilio no lograba ser audible porque allá afuera estaba yo. La otra yo, la que podía con eso y con más, la que puede ser implacable, no necesitar de nada, de nadie, la que decía: “el mundo no se detendrá por ti, sigue buscando”.
Y todos los males fueron uno sólo: un dolor en el alma.
Y ese día me quebré. No pude mudarme, no pude hacerme cargo de mí, de mi hija, ni de nada. Por un instante deambulé como un ente más, entre muchos entes que como yo esperaban. Esperaba. ¿Qué caso tenía intentar otra cosa? Podía morirme en esa maraña y nadie lo notaría porque la otra, con su semblante sereno (más bien confuso) me tenía el píe en el cuello.
Y algo crujió en el fondo de mí. No en vano la sabiduría de la pequeña guerrera, no en vano el frío soportado, el abrazo recibido, los amigos encontrados, la lluvia llorada. En medio de ese mar de nudos seguía viva, !sentía! No quería morir-me.
No hay victimario. No hay víctima. Nadie me metió en esto. Es el enredo que yo armé. Es un detalle de fabricación. Yo no lo elegí pero si elijo moverme, salvarme. Vamos a estar bien, me digo. Me abrazo.
Vas a estar bien, siempre los has estado, solo que te soltaste a ti misma por agarrar tantos nudos!!! Eso si, todos preciosamente etiquetados!
ResponderEliminar