Un indigente ciego pide
monedas todos los días en la misma esquina. Un avaro decide hacerle entender
que está muy mal que mendigue, que no es el mejor modo de ganarse la vida. Cada día pasará junto a él y le dará monedas sin
valor, fichas circulares de metal.
El indigente agradece
todos los días la “bondad” del avaro que se marcha siempre sin responderle y
creyendo que le ha engañado. Una mañana el indigente le sonríe y le dice:
- Usted, señor es la
mejor persona que yo conozco. Creí que para mí todo estaba perdido pero tengo
muy buena fortuna de haberle encontrado, he vuelto a creer que aún existen
seres generosos.
El ávaro se mofa un poco para sus adentros pero le pregunta,
quiere saber a qué se refiere y cómo sabe a quién le habla si este hombre es invidente.
- Usted debe ser muy
pobre quizá tanto como yo, nunca lo he visto pero todos los días me da un
puñado de metal, acaso sea lo único que usted posee pero intenta ayudarme. He querido agradecerle, vendí
las fichas y puedo invitarle un café.
Una lágrima rodó por la
mejilla del ávaro.
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