La Oruga y Alicia se estuvieron mirando un rato en silencio: por fin la Oruga se sacó la pipa de la boca, y se dirigió a la niña en voz lánguida y adormilada.
-¿Quién eres tú?-dijo la Oruga.
No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:
-Apenas sé, señora, lo que soy en este momento... Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.
-¿Qué quieres decir con eso?-preguntó la Oruga con severidad-¡A ver si te aclaras contigo misma!
-Temo que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora-dijo Alicia-, porque yo no soy yo misma, ya lo ve.
Hoy me di cuenta de algo. Ya no cuento los días que pasan en el calendario, sino que cuento las pastillas que voy sacando de la plateada tira. Así, se que hoy es 5 de agosto y que hace 14 pastillitas azules y 5 pastillitas moradas que estoy dándole mantenimiento al cerebro emocional.
Prozac y yo nos conocimos cuando le dije al doc que la paroxetina había sido maravillosa, que me había devuelto muchas cosas. Dijo que entonces la ansiedad parecía haberse diluido pero que Paroxetina me iba a provocar sobrpeso y qué carajo que ya no podíamos ser amigas. Había que sustituirla.
Esto es serio, me digo y no me saboteo, no olvido ni una dosis, no pierdo la caja de pastillas. Las tomo religiosamente. Pero Prozac y su compadre, Topiramato me tienen con harto sueño y eso me está fastidiando la vida. Bueno, no se puede tener todo, supongo.
Un día despierto y pienso que sólo soñé que me encontraba como Alicia con una oruga azúl que usa anteojos y tiene barba de candado y siempre está leyendo algo y que me decía: un pedacito de la pastilla te hará alta y el otro te hará más pequeñita.
Luego recuerdo que no lo soñé, que un día me sentí como cayendo en un túnel inmenso. Luego estaba nadando en un mar formado con mis propias lagrimas y decidí correr detrás del conejo blanco. Todavía no sé para qué, no sé porqué y no sé adónde espero llegar. Sí se una cosa: el conejo blanco no es mi principal interés, mi fascinación es ese jardín que siempre ha estado ahí, que en realidad es mío, pero que de pronto me parecía tan ajeno y tan gris.
El problema ahora es que un día tengo siete centímetros de altura y al siguiente, dos metros y no sé qué lado de la pastilla debo comer.
Alicia decidió que sería mejor esperar, ya que no tenía otra cosa que hacer, y ver si la Oruga decía por fin algo que mereciera la pena. Durante unos minutos la Oruga siguió fumando sin decir palabra, pero después abrió los brazos, volvió a sacarse la pipa de la boca y dijo:
-Así que tú crees haber cambiado, ¿no?
-Mucho me temo que si, señora. No me acuerdo de cosas que antes sabía muy bien, y no pasan diez minutos sin que cambie de tamaño.
-¿No te acuerdas ¿de qué cosas?
-Bueno, intenté recitar los versos de "Ved cómo la industriosa abeja... pero todo me salió distinto, completamente distinto y seguí hablando de cocodrilos".(...)
La Oruga fue la primera en hablar.
¿Qué tamaño te gustaría tener?-le preguntó.
-No soy difícil en asunto de tamaños-se apresuró a contestar Alicia-. Sólo que no es agradable estar cambiando tan a menudo, sabe.
No es agradable no saber que nuevos efectos secundarios habrá hoy, no es agradable no saber con certeza cuánto tiempo dura el mal, cuánto tiempo hay que tomar el tratamiento, no saber si es lo correcto o soóo invento de hombre blanco, no es agradable sentir a veces (y sólo aveces) envidia de la gente normal.
La oruga dice que me acostumbraré, yo digo que no, que encontraré mi tamaño adecuado y que aún así entraré en ese jardín y podré salir y todo habrá sido un sueño, el más real.
La verdad es que a estas alturas me siento mucho mejor que hace unos meses y no recuerdo con exactitud cómo fue eso, si no fuera por lo que he escrito aquí, pero tengo la certeza de que no deseo revivirlo que no es agradable andar rengueando del corazón por ahí y que por ahora, prefiero las muletas hasta sentirme mejor para andar sin ellas.
Cito aquí a mi amiga Ale:
“La gente está loca, y yo soy gente, ¡qué asco¡”
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