martes, 17 de agosto de 2010

Canciones de cuna

Habia una vez un barco chiquitito
Habia una vez un barco chiquitito
Habia una vez un barco chiquitito
Y el barquito no podía navegar.


Pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, semanas.
Pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, semanas.
Pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, semanas.
y los víveres, y los víveres, empezaron a escasear.


Los tripulantes de este barquito,
Los tripulantes de este barquito,
Los tripulantes de este barquito,
se pusieron, se pusieron a pescar.


Pescaron peces grandes, chicos y medianos,
Pescaron peces grandes, chicos y medianos,
Pescaron peces grandes, chicos y medianos,
y se pusieron, y se pusieron a comer.


Y si este cuento no se te hace largo,
Y si este cuento no se te hace largo,
Y si este cuento no se te hace largo,
volveremos, volveremos a empezar.

Traigo a la memoria esta cantaleta y la voz medio suave, medio dulzona, medio chillona de mi madre que siempre ha creído que canta bien. Y no es que cantara mal pero, algo me dice que intentaba imitar a Angélica María o a la María Conchita Alonso.

Recuerdo vivamente sus manos delgadas acariciando mi barriga y esas largas uñas que yo adivinaba pintadas cuidadosamente de rojo, arañándome cariñosamente, trazando de seguro la ruta de aquel infortunado barco chiquito.

Sé que yo no quería saber si la tripulación del barquito sufría una y otra vez por la escasez de víveres pero que deseaba que ella no dejara de cantar para mí, y por eso la historia volvía a empezar, hasta que el momento maternal terminaba y ella tenía que irse a trabajar o con el galán, qué se yo.

Ese es uno de los fugaces recuerdos maternales que tengo de esa mujer y por eso, cuando tuve una Purruna * en el vientre, de las primeras cosas que quise, fue que supiera cómo era mi voz, que nunca la olvidara y que cuando naciera la reconociera (¡dioses, que cursi me he puesto!, seguro es la prozac).

Estoy segura de que Fatima desarrolló el oído desde muy temprana edad. La recuerdo atenta a los Cien años de soledad y a Sabines, nadando en líquido amniótico y aprendiéndose las de Pearl Jam, las de Janis Joplin y Manu Chao. No olvido que revoloteaba cuando llegábamos a la universidad y el profe cubano hablaba de técnicas del reportero. Igual y se reía la muy bribona de una futura reportera embarazada.

Me queda claro que ya desde entonces amaba profundamente a su papá. La sentía agitarse y enterrar sus piececillos en mis costillas hasta que él hablaba, entonces se quedaba quietita y esperaba a que la voz sonara otra vez. ¿Y cómo no? Si fue él, el primero que le habló como a un ser humano.

Sí, esa es la verdad y fue así porque yo estaba harto asustada y encabronada por haberme embarazado como para pensar en hablarle y él, pues él también estaba asustado, ¡seguro!, pero ni me miró ese día, se dirigió a mi creciente barriga y le dijo: 

Bebe, tu mamá y yo te queremos, queremos que vengas, todo va a estar bien.

Ya después, ella se acostumbró a escucharme cantar La muñeca fea y Papá elefante, que eran piezas principales en mi repertorio infantil. Y todavía ama que le cante y que le lea cuentos, revistas, poesía, noticias, y hasta blogs.

Pero no sería mi voz la que más reconocería al nacer, fue con la de él, que abrió los ojitos asombrados aquella primera mañana de visitas en el hospital, la que la tranquilizaba en las noches de llanto incomprensible y la que todavía hoy, es la más esperada en un teléfono que suena con suerte cada año. Ambas la esperamos.

*Purruna: como cariñosamente llamo al pedacito de carne rosada con rizos y sonrisa antes de dormir.

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