Nunca he sido buena para acumular nada. No suelo tener más de tres pares de zapatos ni más de siete personas entrañables reunidas en un mismo plano temporal. De manera que cuando una persona se ha ido, una nueva aparece. No es porque las personas sean como los zapatos, que se usan, se desgastan se desechan y se adquieren otros. Es más bien, porque las personas son libres pero, han de cumplir una misión mientras coinciden unas con otras. Asumo que cuando lo han hecho ya, están listas para marcharse aunque uno mismo no este siempre del todo listo para dejarlas ir y entonces duela desprenderse de sus presencias, de sus esencias.
Hablé de esto con Ulises hace
unos meses. Él dijo como siempre que nada ha de permanecer, que todo es
movimiento. Me costó trabajo entender que eso incluía a las personas pero es
más sencillo si lo miro como la socorrida metáfora que compara la vida con un
tren y dice que viajamos acompañados por personas destinadas, unas a permanecer
por largo tiempo con nosotros durante el viaje, otras a descender en alguna
próxima estación. Al final, compartir el viaje con unas habrá sido una
maravillosa experiencia y en cambio otras habrán sido incómodos pasajeros.
Otras solo se habrán sentado a charlar con nosotros un instante pero todas cumplieron
su cometido: dejar en nosotros un importante aprendizaje.
Como sea, es doloroso
desprenderse de esas personas a las que amaste mucho pero que están destinadas
a no quedarse para siempre, no porque así lo decidas tú, no porque ese sea el
deseo premeditado de ellas, sino porque no puede ser de otra manera, porque es
preciso para que cada uno continúe su propio viaje. No puede ser de otra
manera. Algunas veces el procedimiento es muy sencillo, te despides, se conjura
un hasta pronto y algo te dice que eso significa que nunca más han de
encontrarse porque ya todo está hecho. Y otras veces, sabes que ha llegado ese
momento cuando el motivo no es del todo claro, cuando todo parece haber sido
tan rápido que no pudiste evitarlo, como una tormenta de tontos naipes sobre
una asustada Alicia.
Yo busco además, señales. Sé
que un ciclo se cierra cuando duele tanto que anestesia. Sé que un ciclo se
cierra cuando me siento tan fuera de él que veo ya solo un punto luminoso que
me recuerda lo que fue estar dentro de él, compartir en él, crecer en él. No
pasa nada, puede que se quede ahí brillando intermitentemente si ese es su destino, pero solo para que recuerdes de vez en cuando, si miras atrás. O puede que
se cierre por completo y se pierda para siempre. No importa cuanto te aferres a permanecer, de haberlo hecho podrías no haber salido nunca. Ha llegado su tiempo y nunca volverá a ser lo mismo.
Estoy aprendiendo también que
no todo es pérdida y duelo. Recientemente me percaté de que siempre que esto ha
ocurrido, comienzan a abrirse ante mí nuevos portales a otros mundos, a otras
personas que llegan listas para abrir las manos y darme y recibir de mí. Son
las personas correctas en el momento correcto siempre que uno sepa
encontrarlas.
Así que cuando el tren se
ponga en marcha uno solo puede estar seguro de que nada volverá a ser igual. Alguien bajó y alguien subió, quiza fuimos nosotros. Estoy lista. Adiós, gracias. Bienvenidos.
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