Un año. Es muy poco o mucho según lo que se
espere obtener en ese plazo. En un año puedes mudarte de la casa matriarcal
(que no materna) y darte cuenta de lo pequeña que te sientes. En un año puedes
romper vínculos, crear otros nuevos solo para darte cuenta (una vez más) de que
no hay nada nuevo bajo el sol. En un año puedes ver como tu hija se enfila a
transitar por el caminito que la llevará a ser una jovencita y ya no, una
pequeñita que todo lo esperaba de ti.
Sí, me convertí en chilanga pero no de hueso
colorado, solo habito en otro punto geográfico, mi hogar sigue allá, no se si
para bien, no se si para mal. Solo se que una vez conciente de las cosas que
quiero no repetir de las mujeres de mi familia, abrí los ojos a las cosas que
más amo de ellas. Es posible que mi andar sea muy lento, pero así es como
funciono y quizá dedique un segundo año a sentirme totalmente agusto en este
nuevo espacio, a apreciarlo, descubrirlo, transformarlo en mi hogar. Aún no lo
se.
Fue un año de desencantos también. Me desencantaron
personas y me alejé, me desencantaron situaciones, decisiones mal tomadas,
cosas que dije y no debí decir, cosas que callé cuando tenía que gritar. Estoy
muy intolerante conmigo y no me perdono tan facil, pero trabajo en ello.
Segunda tarea para un nuevo ciclo de crecimiento.
¡Y la Guerrera!, un día nos sorprendimos
comprando corpiños, desoderante suave, hablando de hormonas, de niños y vello
púbico! Pasó a quinto año, me dijo que ya no piensa extrañar a su papá, esot
último lo lamento, no hubiera querido que su corazón se acorazara pero tiene
derecho a defenderse del dolor, la acompaño y espero lo mejor para ella.
Así las cosas. Sigo reportando desde mis nuevas coordenadas.
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