Escucho otra vez. La misma canción.
No hay nada nuevo en la calle,
estoy pensando en fugarme.
No he hecho ninguna maleta,
mi equipaje siempre son propuestas,
y mis zapatitos, por si me meto en una fiesta.
Tenía tres años, no hacía mucho que había aprendido a hablar, caminar e ir sola al baño aunque por mi estatura esto fuera complicado. Con todo, la primera vez que tuve conciencia de un sentimiento de no encajar, de estar en un sitio que no era el mío, de recibir siempre lo inmerecido, envolví en su mantita a mi muñeca y puse otros juguetes queridos en una bolsa grande. Sin más provisiones, dejé atrás la puerta y me encaminé hacia mi nueva vida. No llegué muy lejos. Mi abuela y mis tías me alcanzaron. Tan chiquita, caminando a unas cuantas cuadras de casa, con una bolsa que medía casi lo mismo que yo y mi suetercito tejido, fui retenida y convencida de que ¿cómo se me ocurría?, ¿a dónde iría?, ¿quién me iba a acoger de la misma manera que ellas?, no sobreviviría sola. Normal, en aquél entonces. Pero muchos años después, miro la puerta abierta, preparo el vuelo y una vez fuera, con el terreno listo para desplegar las alas, me detengo a poca distancia para retornar sobre mis pasos y no abandonar la protección que me ha brindado siempre ese entramado familiar. Esta vez no llevo una muñeca en mi regazo, es una excepcional muchachita de ocho años, a la que abrigo, proveo y procuro. Quise mostrarle que era posible, que nos bastábamos solas y que ahí afuera no había tanto que temer. Otra vez, no lo logré. Otra vez fui alcanzada por los brazos protectores de esas mujeres, otra vez los temores. Hace la diferencia el hecho de que ahora ahora la responsabilidad es toda mía. Otra vez.
Estás sobreviviendo y viviendo. Ahora eres fuerte, utiliza esa fuerza para planear mejor el vuelo, ese que tarde o temprano llegará, pero el nido será de ustedes, mucho más confortable. Por ahora, disfruta lo que hay dentro de esa bolsa, antes de partir.
ResponderEliminarUn abrazo