martes, 7 de junio de 2011

El mar

¿Cuántas semanas fueron? o ¿meses? Harto trabajo, bien merecido me lo tenía después de ese sabroso encuentro con el marecito. Ni siquiera había podido bloguear estas líneas. Mejor tarde que nunca.

Estoy juguetona entre espuma, olvidando hasta mi nombre, de dónde vengo, qué cosas importan o si realmente importan; soy niña conociendo el mar otra vez por vez primera. La playa se ha quedado lejos, personas me saludan con la mano en alto, no me importa tanto, las había olvidado, la brisa me acaricia la cara y la prefiero. Es un instante tan solo. Regreso. Entra conmigo, hija, te lo presento, él es Mar.



Estas también, y esta, otra más y estas, no dejen estas otras. Pasaste todo el día poniéndolas a nuestros pies. Tan generoso como eres, insististe en que las lleváramos a casa. Blancas, cafés, grises, moradas, enteras, rotas, lisas, rayadas, amorfas. Pusimos una bolsa muy grande llena de ellas en la cajuela del carro, hubiéramos querido traer más en serio pero, ¿qué le regalarías a otras niñas, Mar amigo? 


Ya, si que duele, hija pero ellos saludan así, no tienen manos, tienen pincitas. ¡Ciao Cangrejo!

¿Y esa escalera de fuego que sube del agua al cielo? es el sol que aquí no se esconde para que se haga de noche sino que se mete a bañar.

Sabías que regresaría. Te encontré tan eterno, tan paciente y tan inquieto; me recibiste  tan agitado como cuando nos despedimos aquella última vez. Era una mañana fresca igual a esta y como ahora con un beso salado me lo dijiste todo, que no podría irme sin prometer que volvería. 

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