miércoles, 9 de junio de 2010

De noche...




Anoche cuando salimos había llovido. Evitando el lodo pisamos unos caracoles. Me da pena pisar caracoles y a decir verdad prefiero que me de pena. Me refiero a que de otro modo me daría asco. Si, pensar en su caparazón y el contenido bajo mi zapato, tienen esa especie de órganos internos miniatura, bueno lo son, vaya, que el caracol no es un pedacito de carne dentro de la concha, tiene de todo ahí dentro y pisarlo, pues…wac…Horror.

No estoy segura pero creo que había luz de luna, creo que descubrimos un secreto y extraño hábito de los caracoles. Salen a tapizar los jardines cuando la gente duerme por el puro placer de bañarse en luz de luna y en esa oscuridad cómplice se hacen amores de caracoles, se seducen o juegan y se trepan a las conchas de otros o a las bicicletas y los carros de pedales; entre los pastitos recién podados y aromáticos sobresalen sus ojitos largos y miran al cielo esperando las ultimas gotas de lluvia en ellos y sueñan que el mundo es suyo.

A esa hora lo era pero a dos los pisamos y hubo un tercero bajo el zapatito de Fatima quien me apretó la mano hasta clavarme las uñitas. Las dos nos estremecimos y gritamos. No, me parece que crujimos igual que la redonda casita café y corrimos.

Cuando miramos bien, descubrimos esa fantástica fiesta de caracoles y tuvimos que caminar con mucho cuidado. Nos fuimos agachadas para distinguirlos de las piedras y no reventar ninguno. Pero ellos ni siquiera notaron lo ocurrido. Tan extasiados estaban con los rayos selenitas.

- No hagas ruido mami, nos van a descubrir

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